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Jueves 24 de Mayo de 2007
 
Edicion impresa pag. 20 y 21 >
Combustibles "versus" alimentos

Nadie podía imaginar ver al FMI y Fidel Castro de acuerdo. Pero la moda del etanol ha producido el milagro. Según el líder cubano, la "idea siniestra" de "convertir alimentos en combustible", "condena a muerte por hambre y sed a más de 3.000 millones de personas en el mundo". El informe de primavera del Fondo Monetario Internacional, aunque menos catastrofista, asegura también que la creciente demanda de biocombustibles amenaza con disparar los precios de los alimentos, empezando por el maíz, el trigo y la soja.

Desde el 2000, la producción mundial de etanol se ha duplicado. Los mayores productores son Brasil y Estados Unidos. El primero lo produce a partir de la caña de azúcar. El segundo, del maíz. La consecuencia es que el precio del maíz se ha disparado y, en el 2006, subió más de un 80%. Para el resto de cereales el aumento fue del 40% y los alimentos se incrementaron un 10%. Algunos expertos alertan acerca del nuevo fenómeno de la etanoinflación.

Los grandes beneficiados por el aumento del precio del maíz son los agricultores del Medio Oeste norteamericano. Reciben beneficios fiscales y subvenciones del gobierno de Bush, que ha visto en el etanol una vía para reducir la dependencia energética de los combustibles fósiles.

Los perjudicados por el incremento de los precios de los cereales son, naturalmente, sus consumidores. A principios de año hubo unas revueltas en México por el aumento del precio de las tortillas de maíz, alimento básico en la dieta de los mexicanos. También sube el precio de la carne debido al mayor costo de los piensos para animales. Por otra parte, al estar los productores volcados al cultivo del maíz, se encarece el precio de otros cereales como la soja.

Desde una perspectiva ecológica, se sostiene que el etanol puede contribuir a combatir el cambio climático. Los biocombustibles protegen el medio ambiente al reducir las emisiones dañinas de CO2 de los combustibles fósiles y favorecen el desarrollo rural. Brasil, que apuesta decisivamente por etanol proveniente de la caña de azúcar, afirma que supone beneficios claros para América Latina: se impulsa la agricultura en lugares donde tiene ventajas comparativas y se crean nuevos puestos de trabajo.

Sin embargo, un informe de la Agencia Internacional de la Energía relativiza el impacto ecológico. El etanol producido en EE. UU. consume el equivalente al 80% de la energía que genera y sólo reduce en un 13% las emisiones de gases en relación con las gasolinas. El informe alerta sobre el aumento descontrolado del uso de la bioenergía. Señala que el daño social y medioambiental puede, en muchos casos, superar los beneficios. Aparte del desequilibrio en el abastecimiento alimentario, puede ocasionar una concertación de la propiedad de las tierras y la deforestación de grandes superficies.

Existe, sin embargo, una solución técnica que puede poner sordina a la polémica política entre partidarios y detractores del etanol. Pasa por el uso de etanol de segunda generación, producido a partir de la biomasa lignocelulósica (paja y otros residuos de cereales, residuos forestales, hierbas, etc.). La biomasa lignocelulósica puede crecer en tierras de peor calidad que las utilizadas en la producción de alimentos y así evitar la opción entre cultivos para alimentos o cultivos energéticos.

Los debates acerca del uso de los biocombustibles permiten ya adelantar un par de conclusiones. La primera, que se comete un error de factura similar al equivocado pronóstico malthusiano cuando se politiza una cuestión tan estrechamente vinculada al desarrollo de la investigación tecnológica. Hay que estar abierto a las eventuales soluciones técnicas, sin quedar preso de prematuros enunciados apocalípticos y dogmáticos.

La segunda, que los problemas medioambientales generados por el uso indiscriminado de energías no renovables ponen en cuestión el modelo incontrolado de desarrollo industrial surgido en el siglo XIX. Las soluciones más equitativas y racionales desde la perspectiva ecológica no pueden quedar al albur del libre juego de las fuerzas poderosas de los mercados. Deben ser elegidas y son, sencillamente, las que desde la razón y la equidad resultan más convenientes.

 

ALEARDO F. LARIA (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Abogado y periodista. Madrid

 
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