Podrían ser el paradigma de una nota sobre la empresa familiar si no fuese porque el oficio a que todos ellos se dedican los ha hecho reconocidos como ningunos en la región. Sus artículos de talabartería y artesanías en cuero se venden hasta en el Hotel Llao Llao, han sido proveedores de “Arbol” y por la calidad de los accesorios que manufacturan han tenido tratos con conocidos diseñadores de indumentaria a nivel nacional.
Sin embargo, la historia de “Nova” Cueros nació cuando Beto Cricenti y Vicky decidieron fundar una familia siendo ambos todavía adolescentes, dejaron Beccar (provincia de Buenos Aires) y se vinieron a la Comarca andina con sus dos primeros vástagos, Julieta (29) y Pablo (28), por entonces apenas bebés. Beto ya hacía sandalias artesanales que se vendían muy bien en San Isidro.
De la llegada a la cordillera hacen 27 años. Luego nacieron Francisca, Nazareno, Juan, Pedro y Dian.
Hoy, todos, menos la mayor que ya ha formado su hogar, se ocupan de la fabricación de una inmensa variedad de artículos y objetos de cuero, con una concentración en los detalles que se nota en cada cinturón, cartera o billetera que sale del espacioso taller.
Desde el diseño hasta la puntada final, cada integrante de la familia aporta su trabajo en una suerte de doméstica cadena de producción.
Parece que los Cricenti llevan en la sangre eso de hacerlo con sus manos. Porque además de la talabartería, levantaron y ampliaron el taller, construyeron el coqueto salón de venta a la vera de la ruta provincial 16 y mantienen en producción una chacra cercana, de 3 hectáreas, que los provee de entre un 50% a 60% de los alimentos que consumen.
Beto ha sabido -sin proponérselo- transmitir a su prole las habilidades que él tiene: artesano, constructor, carpintero, productor y mecánico... En una época amasaban y vendían pastas frescas de gran demanda. Las dejaron de elaborar porque la artesanía de cueros les exigía cada vez más tiempo.
El puesto de “Nova” fue uno de los siete primeros que allá por el 79 dieron vida a la Feria de Productores y Artesanos de El Bolsón. Siguen allí, aunque actualmente lo atienden los “chicos”, que se reparten la ganancia y mantienen una clientela que les es fiel.
Sin embargo,”trabajar en familia tiene sus cosas”, dice Vicky- y sonriente agrega: “no los podés echar”. Como ventaja, en cambio, Beto señala: “cuando no tengo ganas, no trabajo”.
El proceso que lleva a sacar un nuevo modelo de cartera comienza habitualmente en la imaginación de Beto y se plasma en dos o tres prototipos hasta que el último detalle queda a gusto de todos.
A la idea aportan también los chicos porque a la gente le atraen cosas nuevas, si bien hay clásicos que nunca dejaron de fabricar, como las carteras con “flecos”, muy solicitadas por los turistas en el exclusivo local del Hotel Llao Llao.
La forma es dibujada en papel y luego recortada en cartón; de allí se elige el o los distintos cueros que se utilizarán -si combinados o repujados-, se cortan las diferentes partes, se rebajan y tiñen los bordes, se pegan cierres o hebillas, se arman las correas, se dibujan y pintan los motivos a mano y por último se arman fuelles y se cose. Perfeccionado el prototipo, los moldes en cartón son enviados para hacer las matrices de acero con que luego se cortarán las diferentes piezas cuando el modelo entre en producción.
Al principio hacían todo artesanalmente, inclusive la costura. Hoy emplean algunas máquinas pero las terminaciones son a mano como los dibujos y pinturas que están a cargo de Vicky y Francisca. También los trenzados y bordados se confeccionan manualmente.
La variedad de objetos incluye, además de cintos, carteras y sandalias, cajas, sillones, billeteras, una línea de talabartería criolla y muchos trabajos a pedido.
Una atención gratuita que mantienen con los clientes es que muchos les traen para reparar bolsos o carteras adquiridos hace varios años. Beto justifica el arreglo: “El cuero es algo costoso, ¿cómo no se los voy a arreglar?”.
En el tiempo libre, padres e hijos, son productores por vocación. De la chacra, cosechan hortalizas; crían conejos, chanchos, vacas lecheras y para carne. Elaboran quesos y chacinados y hace pocas temporadas que comenzaron con el cultivo de frambuesas.
Juan (22) dice que no hubo ningún secreto en que sus padres les inculcaran el amor por todo lo que hacen juntos. “Simplemente -lo confirma Beto- les ofrecí lo que yo podía y sabía, para sostener la familia”.
MONICA JOFRE
FOTOS: EUGENIA GARTNER