Miércoles 09 de Mayo de 2007 Edicion impresa pag. 31 > Policiales y Judiciales
Los rehenes revivieron las nueve horas de calvario
Las familias tomadas como rehenes en el robo a la sucursal del Banco del Chubut en El Maitén narraron ayer ante los jueces la angustia a la que fueron sometidas por los tres encapuchados.

ESQUEL (Enviada especial).- El terror que sintieron las dos familias tomadas como rehenes y la profunda angustia que hizo presión sobre el gerente y el tesorero del Banco del Chubut, sucursal El Maitén, quedaron patentes ayer, en la segunda jornada del juicio por el robo perpetrado el 23 de mayo de 2005.

Las declaraciones por momentos conmocionaron a las víctimas y en otros, al propio tribunal integrado por Cristina Jones, Anabel Graciela Rodríguez y Víctor Sarquís.

Eva Romero, madre de Ricardo Saugar, el gerente de la entidad crediticia, fue la primera llamada al estrado. Apenas alcanzó a desarrollar su relato sufrió una descompensación nerviosa, por el tenor de violencia que sintió la mujer aquella noche, cuando tenía 73 años y le fueron quebrados dedos de un culatazo, al querer desenmascarar al cabecilla de la banda. Hipertensa y enferma de diabetes, el llanto le hizo imposible proseguir, por lo que convocaron a un médico y la retiraron del lugar para llevarla al hospital. Más tarde se repuso y pudo completar sus vivencias.

El testimonio más esperado fue, sin dudas, el de Ricardo Saugar, pero antes llamaron a su esposa, Elena Josifovitsh; el hijo, Alexis Saugar; y la mujer de éste, Lorena Borgert, quien al ocurrir el hecho estaba embarazada de siete meses y medio.

Ricardo Saugar, el gerente del banco en esa época, fue filosamente interrogado como si en vez de víctima fuese un imputado. De hecho, el defensor de Roberto Soto, el abogado Eves Tejeda, declaró al periodismo que el gerente tiene responsabilidad. La postura es compartida por María Cristina Arnal Cañes, defensora de Juan Bonnefoi, y por Daniel Sandoval, que comparte el patrocinio con Tejeda, de Jorge Luis Campos y Roberto Soto. La defensa de Rubén Cámara, en tanto, se mantuvo al margen de esa intención.

"No comuniqué a nadie en el banco", tuvo que admitir Saugar ante la insistencia de Tejeda sobre el lapso en que ingresó a la entidad para sacar el dinero del tesoro, colocarlo en un bolso con la ayuda del tesorero, y volver a su domicilio donde los tres delincuentes mantenían como rehenes a las dos familias.

De la conjunción de las cinco declaraciones quedó firme que ningún detalle facial de los tres encapuchados puede describirse; sí que uno, el jefe, era muy alto y corpulento, mientras que los otros dos eran bajos y uno de ellos, delgado.

El acusado Jorge Luis Campos era ubicado por todos, por ser vecino. En cuanto a las conductas, lo llamativo es que los individuos trataban a cada rehén por su nombre de pila, o sea que conocían perfectamente a sus víctimas.

Fue luego del cuarto intermedio que la declaración del entonces tesorero, Miguel Reyes, aportó indicios de una observación minuciosa.

El hombre recordaba quién de los encapuchados portaba cada arma, las características de sus zapatillas, el detalle de un calzado marca Salomón y la contextura física. En particular, la alusión a que el más robusto de los dos sujetos de menor estatura "caminaba diferente" parece comprometer por primera vez seriamente la situación de Rubén Cámara. El acusado sufrió hace años un accidente por el que tuvo fractura de pelvis y tiene evidentes dificultades para permanecer sentado por lo que es de presumir que su andar

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