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Miércoles 09 de Mayo de 2007
 
Edicion impresa pag. 38 > Deportes
OPINIÓN: Final anunciado

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Era previsible. El que suponía que la prisión del Rafa Di Zeo y el derecho de admisión contra Alan Schenkler y Adrián Rousseau bastarían para terminar con la violencia ya sabe que no. No se dice esto para dar justamente razón a los ilustres barras bravas.

Eran ellos justamente los que decían que el gobierno los había elegido como chivos expiatorios. Es más, fueron también ellos los que advirtieron que sin su liderazgo en las tribunas la violencia en los estadios argentinos terminaría siendo peor.

Lo ocurrido el último fin de semana iría en línea con ese razonamiento.

¿Pero acaso habría que liberar entonces a Di Zeo y readmitir en los estadios a Schenkler y a Rousseau para que ellos puedan garantizar el "retorno" de la paz a los estadios? ¿Sería preferible pactar otra vez con los viejos líderes antes que los aspirantes a la sucesión sigan matándose unos a otros adentro o afuera de los estadios?

La respuesta es obvia: no. Como también parece obvia la necesidad de que el Estado trabaje más que nunca en la prevención, porque esto que está ocurriendo parece ser sólo el comienzo.

River está otra vez en el centro de la escena. Y la guerra allí, como dijo uno de los fanáticos al diario Clarín, parece que sólo terminará con el asesinato de Schenkler o de Rousseau.

Hay anuncios de batalla decisiva para este domingo, en el clásico ante San Lorenzo. Y nuevas comprobaciones de que el fenómeno dista de ser sólo producto de la marginalidad: uno de los hinchas heridos el último domingo se llama Salvador Estrada Vigil, tiene 33 años y es hijo de Raúl Estrada Oyuela, representante de Asuntos Ambientales de la Cancillería. Su familia aclaró que es amigo de Schenkler, pero no barra y la justicia quiere citarlo a declarar.

Hubo también incidentes en Chacarita-Tigre y un nuevo herido en Mendoza.

Pero fueron llamativos los destrozos provocados por hinchas de Boca el domingo, antes del empate contra Argentinos. La batalla por la sucesión de Di Zeo en Boca todavía está en pañales, acaso porque el equipo de Miguel Angel Russo sigue en competencia. Está lejos del River de Daniel Passarella, cuyo fracaso facilita todos los desbordes.

Se trata de un fracaso que alimenta a quienes empujan no sólo la salida de Passarella, sino también la del propio presidente José María Aguilar, jaqueado desde grupos empresarios y políticos vinculados con la derecha menemista.

Si Boca sirvió a Mauricio Macri como trampolín a su aventura política, un River exitoso bien podría empujar también a quienes quieran seguir ese camino y precisen de la popularidad del fútbol.

River, por eso, se ha convertido en estas horas en un escenario de múltiples batallas, con extraños negocios y grupos empresarios aceptados por el oficialismo.

Pero con una oposición que empuja a su vez a la caída final, en medio de batallas de barras bravas que de ninguna manera son ajenas a esas disputas.

Los tiros y los cuchillazos en el estadio Monumental podrían pasar a ser mortales de un día a otro. En el partido que viene o en el próximo. Y acaso no habrá derecho a sorpresa.

 

EZEQUIEL FERNANDEZ MOORES

 
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