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Martes 17 de Abril de 2007
 
Edicion impresa pag. 20 y 21 >
La otra espada de Damocles

Uno de los testigos muy calificados del proceso del "desarme nuclear" es el físico Freeman Dyson. Hacia 1987 había caminado dentro de un local donde reposaban en el piso, todavía no amarradas, cuarenta y dos bombas de hidrógeno, cada una diez veces más potente que la bomba que destruyó a Hiroshima. Esa experiencia le había hecho sentir en lo vivo la precariedad de la situación mundial y lo alentó a pensar enérgicamente sobre "maneras de mejorar las posibilidades de supervivencia de mis nietos". Años después cuenta en "Imagined Worlds" de 1997 integró una comisión oficial, con otros científicos y los tres mayores responsables de armas nucleares de Los Alamos, Livermore y Sandia, con encargo de los estudios necesarios para contestar a esta pregunta: "¿Podría ser técnicamente factible mantener para siempre una "reserva" de armas nucleares de diseño existente sin necesidad de efectuar más pruebas?" El dictamen de la comisión después de ardua tarea de análisis fue unánime y positivo: sí. Y la conclusión de Dyson fue que este "sí" era un hito histórico que significaba que la carrera nuclear había terminado. Marcaba la desaparición de esas armas en nuestro pensamiento sobre el futuro. Pensó: ahora, callada e imperceptiblemente, las bombas se irán esfumando de nuestra conciencia. No habían dejado de existir, pero ya no pesarían como antes sobre la vida de los hombres. Aunque escribió más adelante en el mismo libro algunas frases de cautela, seguramente reconocerá ahora que había sido demasiado optimista sobre el porvenir.

 

La situación actual

 

Joseph Cirincione, experto de asuntos nucleares de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, acaba de publicar un libro sobre el futuro de las armas nucleares en el que cita al comienzo una frase reciente de Robert McNamara (quien fue ministro de Defensa de Kennedy) que expresa que la posesión continua por su país de enormes arsenales nucleares es "insana... inmoral, militarmente innecesaria y destructiva del régimen de no-proliferación". El libro hace comentar a un analista que "debe ser leído por todos como un asunto de vida o muerte, constituye un ajustado intento razonado para evitar un Apocalipsis".

El especialista nuclear de la Carnegie razona en torno al problema de la proliferación que es difícil, si no imposible, convencer a otros estados para que renuncien a su ambición por armas nucleares o a que adhieran a normas de restricción cuando países con arsenales siempre renovados reafirman la importancia de ellas para su propia seguridad. (1) Y así, tenemos a la vista la concreta posibilidad de un colapso total del régimen de no-proliferación establecido por la convención internacional. El razonamiento tiene un corolario ominoso: "Si esto ocurriera, podría traer de regreso al mundo al borde de su aniquilación por primera vez en veinte años".

Para enfrentar esta amenaza, los estados nucleares deberían adoptar medidas fundamentales, la más urgente de las cuales es prevenir que grupos terroristas u otras naciones obtengan elementos nucleares de instalaciones desactivadas de la ex-Unión Soviética. Otra medida consistiría en un sistema controlado por la Agencia Internacional de Energía Atómica de garantizar el suministro de combustible nuclear a países que lo requieran para utilización civil, previo compromiso de ellos de no adquirir los medios de producir combustible propio en forma de plutonio o uranio enriquecido. De ese modo Irán, por ejemplo, no podría continuar su proyecto de enriquecer uranio bajo el pretexto de hacerlo para satisfacer sus necesidades energéticas. Una tercera medida (menos convincente en opinión del autor) es evitar el empeoramiento de la crítica situación en Oriente Medio y el Asia Central convenciendo a Israel a que desmantele su arsenal, clausure sus programas y entregue, a condición de que todos los otros estados de la región acuerden hacer lo mismo, su material nuclear a la AIEA.

 

Mitos y realidades

 

El problema de la no-proliferación nuclear tiene una historia siniestra. Luego de Hiroshima, el presidente Truman ideó la propuesta de un acuerdo internacional de desarme que fue desoída por Stalin, quien testeó su propio explosivo en 1949. Prontamente la China de Mao, sintiéndose amenazada por los dos colosos, logró su bomba en 1964. Siguió la India, sintiéndose amenazada por China, logrando en 1974 su "explosivo nuclear pacífico". No tardó Pakistán, temeroso de su vecino y justificado por su primer ministro ("Si la India construye una bomba, nosotros comeremos pasto si es necesario pero la construiremos también"), en tener la suya. La proliferación engendra proliferación; a uno que se arma, el otro le responde armándose.

A este proceso de las últimas décadas se intentó frenarlo con un Tratado de No Proliferación en 1970, cuya ratificación por 188 países culminó en 1995. India, Pakistán e Israel se negaron a hacerlo. Según el tratado, los cinco estados dueños de armas nucleares (Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y China) pueden seguir poseyendo las propias, pero no podrán transferirlas a otros estados. El acuerdo llama también a los cinco países monopólicos a desmantelar sus arsenales bajo un compromiso futuro que se proponga "un desarme general y completo bajo estricto y efectivo control internacional". Pero esos estados continúan ignorando esas obligaciones contractuales de desarme. Entretanto ha cundido el resentimiento en varios de los excluidos de la fiesta que se preguntan por qué algunos y no otros pueden disponer de esas armas apocalípticas y ejercer olímpicamente sus vetos y sus chantajes.

George Kennan fue un hombre de quien se decía que su cerebro funcionaba en un nivel superior al de los hombres muy inteligentes, que colaboró en la elaboración del Plan Marshall y, siendo embajador en la URSS, envió en 1946 el famoso "Telegrama Largo" que orientó la política de contención de su país a lo largo de toda la "Guerra Fría". En "The Nuclear Delusion" (La Falacia Nuclear) de 1981 había escrito una frase que, cuando universalmente se extiende la preocupación por el asunto del cambio climático que es de largo plazo continúa expresando, poco atendida, la gravedad y la urgencia del problema nuclear, la otra espada sobre nuestras cabezas. Decía: "Las armas nucleares siguen siendo el peligro más serio para el género humano y el más serio insulto a Dios".

   

(1) Como lo comenta un excelente artículo de Karen Hallberg, física de Bariloche, publicado en "La Nación" del 28/3 con título "Ocho Hiroshimas por cabeza nuclear". Allí se expresan, ante el hecho de la decisión británica de potenciar el sistema de sus cuatro submarinos Trident mediante cabezas nucleares con un poder de hasta cien kilotones, inquietudes coincidentes con las de esta nota en torno al peligro del colapso del programa de desarme nuclear.

HECTOR CIAPUSCIO (*)

Especial para "Río Negro

(*) Doctor en Filosofía.

 
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