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Miércoles 04 de Abril de 2007
 
Edicion impresa pag. 18 y 19 >
El liderazgo presidencial

Habitualmente se repite, y con razón, que nuestro país tiene un sistema presidencialista, caracterizado por la preeminencia del titular del Poder Ejecutivo y por el liderazgo que, en todo sentido, ejerce el presidente. No se trata, por cierto, de una casualidad ni de una desviación constitucional. Es producto de nuestra historia, de nuestras tradiciones y de la concepción que Alberdi plasmó en las Bases de las que surgió el texto de nuestra Constitución nacional.

Por eso es que la misma Constitución nacional atribuye al presidente el carácter de jefe supremo de la Nación, jefe del gobierno y responsable político de la administración general del país (art. 99, inc. 1°).

Ese liderazgo presidencial, para ser tal, debe ser ejercido, como el de un buen padre de familia, en las buenas y en las malas. Y sobre todo en las malas, porque es en ellas cuando los habitantes de la Nación, al igual que los integrantes de una familia, necesitan más que nunca de la guía y conducción de su líder, tanto para ayudarlos a salir del mal trance como para confortarlos e infundirles ánimo.

Todo esto viene a cuento porque creo sinceramente que la mayoría de los argentinos hubiéramos querido escuchar a nuestro presidente con motivo de la conmemoración del vigésimo quinto aniversario de la transitoria recuperación de las islas Malvinas. Hubiera sido muy importante que el presidente nos dijera qué se propone hacer, como conductor de las relaciones exteriores de la Nació

n, para avanzar en la consecución de la perdida soberanía sobre esas islas. También nos hubiera gustado verlo, en su condición de comandante en jefe de las fuerzas armadas, saludando a los veteranos de la guerra y transmitiéndoles el reconocimiento del pueblo argentino. De la misma manera que nos hubiera gustado ver al presidente en Santa Fe, ayudando, aunque más no sea espiritualmente, a quienes padecen las gravísimas consecuencias de la reciente inundación.

Lamentablemente, el presidente nos ha dejado con las ganas de verlo y escucharlo en esas circunstancias en las que su presencia hubiera sido tan importante. Y tal parece que deberemos resignarnos a verlo sólo en las ocasiones festivas y cuando se trate de hacer anuncios auspiciosos. En las malas, nos las tendremos que arreglar solos o con la ayuda que cada uno consiga. Tal vez sea bueno saberlo y admitirlo para no hacerse falsas ilusiones.

 

PABLO G. TONELLI (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Diputado de la Nación, bloque PRO.

 
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