FOTOS: ALEJANDRO CARNEVALE
Las distancias que separan San Carlos Bariloche de sus imponentes paisajes suelen ser muy cortas, casi inexistentes. A cada paso, la naturaleza se expresa regalando escenarios de belleza.
El río Ñirihuau, a tan sólo 15 kilómetros de esa ciudad enmarca una geografía particular. Tampoco es necesario someterse a travesías de alto riesgo. Siguiendo la ruta nacional 237, desde el centro, al este, el mismo asfalto correrá 11 kilómetros hasta bifurcarse hacia la derecha. Desde allí, un camino de ripio conduce a la vastedad de la estepa y luego de una hondonada, irrumpe el surco lunar dispuesto sobre la tierra.
La grieta del río se abre desde el Cerro Ñirihuau y desemboca en la inmensidad del lago Nahuel Huapi.
Ubicado en el punto de transición entre la estepa y el bosque andino patagónico, un sinfín de arbustos y coirones cobran vida sobre el escenario menos concurrido en la tradicional excursión al "Circuito Grande".
Un viejo puente de madera une la profundidad de sus aguas con los acantilados de piedra y la gama de ocres revisten el aire. Quizás, algún entendido apreciaría mejor la obra producida por la erosión del viento y el agua: el tiempo marcó su huella dibujando numerosas líneas sobre las paredes multiformes y la vegetación crece desde el suelo semiárido.
Un paraje homónimo al río se asentó a lo largo de su orilla y avanza con ritmo lento en su quehacer cotidiano: Ñirihuau Arriba con una escuela rural y el Ñirihuau Abajo, próximo a la localidad de Dina Huapi. Las vías atraviesan ambos lados suspendidas por
enormes estructuras de hierro y el tren marchará con destino obligado hacia cada estación de la Línea Sur.
La postal de bienvenida invita a explorar los senderos escondidos, a trepar los acantilados grises esculpidos por la sabiduría artística de la naturaleza. El río Ñirihuau es mágico y podría conjurar momentos irrepetibles.