En el último mes de marzo me vi más cerca de la muerte que de la vida. Fue una experiencia aterradora y sería falso afirmar que no sentí nada durante los casi veinte días que me llevó despertar del letargo.

La cuestión es fascinante desde muchos puntos de vista. Desde la Fundación Illia le dedicaremos el próximo número de la revista Ciudadanos a ese entrecruzamiento que liga los temas de la libertad, la dignidad política y la muerte.

Cuando me aconteció el episodio al que refería al comenzar esta nota, acababa de regresar de un prolongado periplo de viajes, observación política, estética y cultural en los dos países que, a mi juicio, mejor representan, con sus sombras y en sus oscuridades, lo que podríamos llamar la modernidad europea: Alemania e Irlanda.

El viaje había sido magnífico, no sólo por permitirme conocer el funcionamiento histórico de instituciones ejemplares a las que quiero referirme.

En primer lugar el federalismo alemán, visto desde Berlín, Leipzig y las viejas ciudades anseáticas como Hamburgo y Lubeck. Es decir, en parte el mundo de las luces alemanas del siglo XVIII. Como bien decía Ortega, por razones un poco misteriosas el hombre decidió vivir en Alemania sacrificando todo a la organización social. Lo que es terrorífico, ya que cuando todo se somete a la voluntad superior de una organización política se corre el peligro, y en Alemania sin duda esto ocurrió, de un mundo sin libertades. Hoy por hoy, sin embargo, Alemania es la mejor expresión del cruce entre instituciones, derechos y deberes y la expresión de un país rico, quizás el más importante del mundo occidental si dejamos de lado a los Estados Unidos, que por otra parte "son otra cosa".

La figura de la actual canciller, posiblemente, no coincida con la grandeza o la solemnidad de las grandes figuras de las políticas alemana y prusiana, pero quizás sea su condición, la de parecer una señora de barrio que va todos los días a la fiambrería, lo que le conceda una grandeza pública en la Alemania contemporánea.

En segundo lugar, el país que quería admirar una vez más, a la vez que conocer las razones de su súbita riqueza, era Irlanda. Allí hasta ahora no hubo pactos de co-gobernabilidad.

La historia de Irlanda es la historia de la imaginación literaria y la de su capacidad para expresarse dramáticamente. Pero la existencia de poetas y escritores sin parangón, como Yeats, Swifft y Wilde, entre otros, no alcanzó a aminorar una fuerte tendencia a la violencia y a la intransigencia.

El crecimiento de las letras y las artes se llevó a cabo sin perjuicio de su contribución a la guerra, la incomprensión y la muerte.

Sin embargo, hombres sin duda mediocres, que no llegan ni al pasto ecuestre de aquellas figuras, puedan quizás alcanzar la paz tan largamente deseada, aunque lo hagan sin el brillo retórico de una larga trayectoria literaria y musical.

Ya ven ustedes, la muerte siempre se mezcla con la belleza, con el horror, con la inteligencia y con la ineptitud.

Sea como fuere, todos estos elementos rondaron durante varios días en torno de mi frágil existencia y más allá de las reflexiones prometidas al inicio de esta nota, sólo cabe la discreta, tal vez insuficiente, pero conmovida acción de agradecimiento a tantos y tan buenos amigos que se han inquietado por mí.

OSVALDO ALVAREZ GUERRERO (*)

(*) Ex gobernador de Río Negro. Nota escrita desde el Sanatorio de la Trinidad.