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Lunes 02 de Abril de 2007
 
Edicion impresa pag. 14 y 15 >
Irresponsabilidad sistémica

Hoy, la noticia local es el derrumbe del viejo puente de madera sobre el río Manso. Decía: un cartel indicaba "carga máxima 3 toneladas"; el camión vacío de dos ejes pesaba 7 y llevaba una carga de arena. No ocurrió ningún milagro: el puente se rompió. Nada más que un caso nuevo de lo que hace poco más de un año he bautizado "Irresponsabilidad sistémica". ¿El camionero o sus patrones pagarán los daños? ¿Le quitarán para siempre la licencia de conducir? Seguramente no.

En estos días el tema vial estuvo muy presente. Los accidentes de tránsito matan por semana tanta gente como murió en Cromañón, aquel otro caso de irresponsabilidad sistémica; y el presunto desmanejo de la seguridad aérea que, esta vez y afortunadamente, aún no mató a nadie.

Las rutas se llevan el premio mayor. Los hierros retorcidos se nos muestran a diario, hasta el cansancio o la insensibilidad. Los medios cuentan cadáveres, sin tener muy en cuenta las docenas de heridos y mutilados y las decenas de millones de pérdidas materiales por diversos motivos. Imaginemos los hospitales de alta complejidad que se podrían construir con lo que se pierde por año en accidentes enteramente evitables. La reacción de la gente ante esto es: un momento de horror y después la indiferencia, porque "a mí no me va a tocar", porque yo soy tan invencible que puedo manejar a 140 aún borracho. Para algo soy argentino... y nadie me controla la alcoholemia.

No es que se trate de una novedad: hace muchos años que somos uno de los países con mayor incidencia de esos accidentes, y nos hemos acostumbrado a que casi 10.000 personas mueran cada año en las rutas y calles. La inseguridad debida a la criminalidad había tomado la delantera en el interés de la gente y no se hablaba más que de eso, aunque la mortalidad criminal es mucho menor que la de las rutas. Y así seguimos, volando cual colibríes irresponsables de una flor a la siguiente, con la diferencia de que todas huelen igual de mal.

El problema vial argentino comenzó en el siglo XVI, cuando alguien dijo: "Se acata pero no se cumple", en referencia a las ordenanzas reales. Los gigantescos ómnibus de dos pisos que ruedan a 120 km/h ostentando carteles de máxima 90 que se alcanzan a distinguir desde lejos, no son más que un ejemplo, que se agrava cuando cortan curvas para llegar unos minutos antes a su destino. Luego los choferes vuelven a partir sin suficiente descanso y chocan de frente con un camión gigantesco, que viene a contramano y, también él, con exceso de velocidad y pasado de sueño. Además del incumplimiento de los choferes de las normas más elementales de seguridad, esto también es superexplotación por parte de las empresas y una falta de control rayana en la complicidad por parte de las autoridades. Aunque todavía a nadie se le ocurrió destituir al secretario de Transportes por no controlar la situación. Por mucho menos perdió su puesto el jefe de Gobierno de Buenos Aires, aunque las causas son parecidas. Es la irresponsabilidad sistémica.

Aun los extranjeros conocen la desidia de las autoridades argentinas. Una prueba en nuestra zona es ver cómo los conductores chilenos hacen en nuestra tierra cosas que nunca harían en la suya. Y como nosotros, en el extranjero, manejamos como señoritas respetando todas las normas.

Este tema está a la orden del día y todos hablan de educación vial, que no se sabe bien en qué consiste. ¿Enseñarles a los niños a respetar las normas de tránsito? Sería exponerlos a morir aplastados en el próximo cruce peatonal y contradecir lo que ven a diario en la calle. ¿Qué educa más, la palabra o el ejemplo?

Pero también hay un fenómeno del cual nadie habla: es la ignorancia que los mismos responsables del tránsito poseen de su propia tarea. Eso tiene que ver con la insensatez de ciertas disposiciones que directamente invitan a su violación. También, con la apropiación privada del espacio público, que las autoridades toleran y fomentan.

Primero la insensatez. Si en una ruta recta se prohíbe adelantarse (doble línea amarilla) cuando el hacerlo es perfectamente seguro por una amplia visibilidad, se invita a la transgresión; y las dobles líneas hay que repintarlas porque las borran, porque se violan continuamente. Cuando ante cualquier obra se establece una velocidad máxima de 20 km/h sin indicar el "fin de la restricción" habitual en Chile, se logra que nadie haga caso porque es una restricción insensata. Cuando se ignora la correcta forma de colocar los carteles, cuando se usan tres o cuatro diferentes modelos de carteles para una misma norma; cuando se colocan prohibiciones que sólo ocasionan embotellamientos sin ninguna finalidad entendible; cuando se dan señales ambiguas; cuando se colocan semáforos en lugares inentendibles y no en los que deberían regularse; cuando se colocan carteles "pare" cuyo reverso no respeta la forma octogonal universal y que de todos modos nadie cumple, porque se arriesgaría a ser embestido de atrás no se está siendo prudente: se está invitando a la violación de normas insensatas, y quien viola una norma insensata tiende luego a violar también las sensatas y el círculo vicioso se realimenta.

La apropiación del espacio público tiene más que ver con el estacionamiento que con la circulación. Ocurre cuando se pintan los cordones de amarillo a la conveniencia de los frentistas y se declara públicamente que el problema del tránsito en Bariloche no tiene solución. Es cierto: estacionar en el centro se ha hecho imposible. Cuando se colocan carteles de "ascenso y descenso de pasajeros y mercaderías" en lugares donde nadie ha visto jamás a algún pasajero y donde no hay negocios a la vista; cuando se da a cualquier hotel media cuadra de cordón amarillo, cuando no lo pintan ellos mismos, hay apropiación privada del espacio público. También, existe cuando se autoriza la construcción de grandes edificios, hoteles o aun hospitales sin prever espacio para estacionar y luego se prohíbe hacerlo en los pocos lugares accesibles. Cuando la infraestructura vial de hoy es la misma de cuando la población era la tercera parte. Cuando las rutas carecen de banquinas viables sino que terminan en un escalón.

La irresponsabilidad sistémica es un problema cultural insólitamente grave, de la que participan las autoridades, que finalmente son también argentinos. Si las multas son altas, se corrompe a los policías, mal pagos y peor entrenados. Si son bajas, igual no se pagan, pero eso a nadie le importa. De todos modos, a casi nadie lo multan más que por estacionar mal, para que la municipalidad pueda recaudar un poco más. Pero hay mucho más: sólo aquí entre los países que consideramos comparables a nosotros es posible atravesar cinco provincias con una carga de explosivos arrojada en la caja de una camioneta, sin que pase nada no ya que por fortuna no haya explotado, sino que ningún control se dé por enterado. Ni se permite a los ómnibus de larga distancia, que teóricamente no pueden entrar al centro de la ciudad, a que estacionen en doble fila mientras descienden o suben sus pasajeros con sus equipajes lejos de los mencionados cordones amarillos.

Claro, en otros países tienen otras tradiciones. Los chilenos son un poco alemanes, es una cultura diferente: han aprendido a obedecer. Y la policía es incorruptible. ¿Ellos no provienen de la cultura colonial del "se acata pero no se cumple"? Y, ¿cómo hacen los suizos de St. Moritz o los italianos de Cortina d'Ampezzo o los franceses de Chamonix elijo deliberadamente ciudades turísticas para regular el estacionamiento en épocas de "alta"? ¿A algún intendente se le ocurrió preguntárselo a su colega de esas ciudades?

Volviendo al tema de los accidentes después de todo, los que ocurren en las ciudades chicas no son tan graves; sólo en Buenos Aires se suelen incrustar los colectivos en los negocios. Existen reglas que obligan a los vehículos a un control mecánico anual. ¿Se ha hecho alguna estadística de cuál es la tasa de cumplimiento de esa norma? Además de que cada provincia tiene sus propias reglas y permisos, está claro que, de cumplirse las requeridas por esa ley, por lo menos la mitad del parque automotor empezando por los vehículos municipales y los colectivos del servicio urbano debería ser puesta fuera de servicio de inmediato por no cumplir con las condiciones mínimas.

Hablamos de contaminación ambiental y de efecto invernadero, mientras nuestros vehículos ennegrecen el aire de nuestra hermosa ciudad de montaña con sus humos negros. ¿Nadie los ve?

¿Cómo se puede hablar de "educación vial" sin enrojecer de vergüenza? Pero ¿por dónde empezamos?

 

TOMAS BUCH (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Tecnólogo generalista.

 
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