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Sábado 31 de Marzo de 2007
 
Edicion impresa pag. 24 y 25 >
Iniciar un camino de paz

La relación que atraviesa la historia argentina entre violencia y fuga tiene su ejemplo más notable en la Guerra de las Malvinas. Es otro de los relatos ocultos de nuestra Nación: el del trastocamiento de una plaza contra la dictadura genocida en exultante apoyo al dictador Galtieri, quien enviando a la muerte a una generación de jóvenes en su mayoría pobres y del norte hizo fugar del genocidio a la nación.

No nos hacemos cargo de los que quedaron en Malvinas ni de los que volvieron lastimados y heridos para siempre, amputados en su historia para el resto de sus vidas, casi sin reconocimiento público.

Molesta el excombatiente, que es un héroe, porque nos muestra nuestra propia culpa. La compleja realidad ideológica que respaldó el intento de recuperación de las islas, el oportunismo político y criminal de sus responsables directos, desdibujaron la brutal experiencia de la guerra y la reemplazaron en el recuerdo colectivo, por una equívoca puesta en escena plagada de gestas solidarias que el entonces gobierno militar "desplegó como un manto de neblina", en un intento de disipar en la conciencia colectiva, el horror del campo de batalla donde soldados profesionales combatían junto a adolescentes brutalmente devenidos en hombres. Jóvenes de una sociedad que nunca alcanzó a reaccionar frente a la sinrazón en nombre de la cual le fueron arrebatados sus hijos.

Así, Malvinas se convirtió con el tiempo en la evidencia incómoda de una paradoja histórica: el último capítulo vergonzante de la dictadura militar y la tan ansiada vuelta a la democracia. Para los veteranos de Malvinas, la vida es una pelea entre el recuerdo y el olvido. El camino del reencuentro con ellos mismos y con la sociedad no será posible mientras no reconstruyamos este relato a través de la verdad y la justicia.

Todo esfuerzo que se dirija hacia la reparación del daño cometido, de la acción faltante, del compromiso ausente, servirá para que en la construcción de ese camino podamos, como sociedad, encontrar el camino de la paz y del perdón por aquello que aún hoy no hemos sabido hacer.

Hablamos del real entendimiento, del reconocimiento y de la contención a nuestros hijos y hermanos que combatieron esta guerra.

Actualmente, muchos de ellos han sido víctimas además del destrato social y por ende de la cronificación de sus dolencias, algunas tornadas irreversibles y con el consiguiente deterioro de la calidad de vida personal, social y familiar.

Desde la finalización de la Guerra de Malvinas a la fecha se han quitado la vida 430 excombatientes, cantidad que de por sí es alarmante pero que, además, supera en número al de caídos en combate durante todo el conflicto bélico.

Hasta el momento, una significativa parte de este universo de veteranos tiene en común la condición de haber combatido en una guerra, haber regresado con vida y también haberse suicidado. Un suicidio es el punto final de una desesperanza, quien llegó hasta allí no espera nada más de este mundo. O bien su desesperado modo de pedir, en vez de llevarlo a un mejor vivir, lo lleva a la muerte.

Una de las responsabilidades que como sociedad tenemos con ellos es reconocer que si han llegado a la desesperanza, fue porque no los hemos escuchado o, peor aún, los hemos ignorado. Ellos, los que combatieron, son héroes indubitables de esta Nación, por eso es hora de que les restituyamos su lugar, su dignidad y su bienestar porque su causa es una causa nacional.

La brutalidad, torpeza y manipulación de quienes decidieron la guerra no minimiza sino que agiganta la heroicidad de los hermanos que combatieron. (DyN)

 

(*) Candidata a presidenta por la Coalición Cívica.

ELISA CARRIO (*)

Especial para "Río Negro"

 
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