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Viernes 30 de Marzo de 2007
 
Edicion impresa pag. 56 > Sociedad
La sobreviviente del Titanic argentino
Aída se salvó del hundimiento del Monte Cervantes. Ahora, con 95 años, recuerda aquel episodio.
Aída Vidret no olvidó nunca aquel viaje junto a su hermana que terminó con el hundimiento del Monte Cervantes en las aguas del Canal de Beagle.
Aída Vidret no olvidó nunca aquel viaje junto a su hermana que terminó con el hundimiento del Monte Cervantes en las aguas del Canal de Beagle.
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Del mar surgen sus memorias y hacia el mar regresan, después de 77 años. "Me acuerdo como si fuera hoy", confiesa Aída Vidret, sobreviviente del hundimiento del crucero Monte Cervantes.

Ella era una joven de 18 años cuando se embarcó con su hermana Dora en la primera travesía turística que se realizara en barco a Tierra del Fuego.

El 15 de enero de 1930 partió la embarcación alemana desde el puerto de Buenos Aires a los canales de Tierra del Fuego con 1.120 pasajeros y 380 marineros.

Durante siete días, Aída Vidret, su hermana, y varios amigos, vivieron momentos de mucha diversión. Pero a la salida de Ushuaia, el crucero sufrió lo imprevisible y la vuelta a casa nunca pudo realizarse a bordo del Monte Cervantes.

El 22 de enero de 1930, al mediodía, Aída descansaba con su hermana en la cubierta del barco cuando de pronto sufrieron un sacudón y escucharon un ruido ensordecedor. El barco se inclinó de tal manera que muchos perdieron el equilibrio.

Aun así, Aída Vidret y el grupo que la acompañaba no creyeron que el barco podía hundirse. "Pensamos que era algo pasajero", dice ahora.

Navegando por el Canal de Beagle, la embarcación había encontrado unas rocas que aparen

temente no estaban marcadas en las cartas de navegación. Y de no haber sido por el capitán, quien realizó una hábil maniobra a último momento para que el barco encallara en las rocas del canal, el barco se hubiera hundido en forma inmediata, según comentó Aída Vidret. "Gracias a él nos pudimos salvar", sostuvo.

En poco tiempo, los pasajeros descendieron en grupos de 20 a 30 personas por unas largas sogas hasta el mar, para subir a los botes de emergencias. Antes de hacerlo, Aída y su hermana habían ido al camarote ubicado en el primer subsuelo para res

catar sus pertenencias. Sin embargo, al llegar, se encontraron con el agua hasta las rodillas. El mar les llevó todo.

Mientras el capitán Theodor Dreyer intentaba reflotar el buque, los tripulantes y pasajeros fueron embarcando en los botes de emergencia.

No se avistaba tierra firme pero estaban cerca. Algunos remaron hasta la costa y ella y su grupo fueron auxiliados por un buque petrolero de origen argentino hasta Ushuaia. Del capitán Dreyer se supo más tarde que como buen hombre de mar corrió la misma suerte que el crucero.

Desde entonces, Aída no volvió a realizar este viaje. Pero volvió a juntarse con los sobrevivientes. Y con uno de ellos, habla periódicamente.

Hoy, contra los años, recuerda con detalle la difícil y emocionante experiencia que les toco vivir a ella y a su hermana.

 
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