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Martes 27 de Marzo de 2007
 
Edicion impresa pag. 20 y 21 >
Película con historia

En unos días más podrá verse en los cines una nueva película espectacular y con tema clásico griego (al estilo de las recientes "Alejandro" y "Troya") que está despertando eco político en algunos diarios. Se titula "300" y cuenta la historia del famoso combate en Termópilas del 480 a. C., en el que se enfrentaron un enorme ejército persa y un núcleo de 300 guerreros (de ahí el título) bajo mando de Leónidas que defendía el estratégico desfiladero. Resistiendo fieramente durante varios días un embate multitudinario, aquellos hoplitas, finalmente aniquilados, pasaron a la historia dentro de la epopeya mayor constituida por la guerra finalmente victoriosa de los griegos contra el imperio asiático como ejemplo del coraje de pocos frente a un ejército abrumador y poderoso. (De la hazaña de aquellos espartanos nos quedó a muchos el recuerdo escolar de un epitafio inscripto en su homenaje sobre piedra: "Amigo, anuncia a lo lacedemonios / que aquí yacemos a su ley sumisos"). Es el cuadro de unos héroes que opusieron sus pechos a una maquinaria bélica monstruosa y dieron la vida por su patria, su honra y su libertad. Pero es más. Fundamentado en el juicio, clásico y maniqueo, de la crónica original de Heródoto en el capítulo 7 de "Los nueve libros de la historia", que hace continua alusión a que la guerra de griegos y persas era en esencia la de Europa contra el Asia, Termópilas se ha constituido ideológicamente en un ícono de Occidente, un símbolo de una secular confrontación de la civilización contra la barbarie, de la democracia contra la tiranía o de la libertad contra el despotismo. Así se la ha comparado con batallas memorables que pusieron frente a frente y decisivamente a ejércitos de la cristiandad y el islamismo como fueron Lepanto frenando a los turcos o Campos Cataláunicos poniendo límite a la invasión de Europa por las hordas del rey de los Hunos.

 

Mensajes en la pantalla

 

A principios de los '60 se presentó un filme también norteamericano con idéntico tema y casi el mismo título del que nos ocupa ahora. "Los trescientos espartanos" mostraba el episodio de Leónidas y sus héroes de Termópilas como una simbólica referencia a la pugna ideológica que transparentaba la Guerra Fría. En aquella vieja película los ejércitos persas con rostro de "peligro asiático" evocaban la amenaza que significaba para la libertad y la democracia la poderosa Unión Soviética de entonces. El nuevo filme de Hollywood, basado en una novela gráfica popular débilmente inspirada en la crónica de Heródoto, presenta a las legiones multitudinarias de Jerjes (el brasileño Rodrigo Santoro, "el nuevo Antonio Banderas", encarna al personaje) ejerciendo conductas tan salvajes durante los combates (en tanto los griegos aparecen valientes y admirables) que la reacción de los iraníes que son persas y orgullosos de una historia antigua que arranca en Ciro el Grande, sigue con Darío y remata en Jerjes ha sido inmediata. Si hay algo, dice un observador de afuera, que une a todos los iraníes sean musulmanes, hebreos, zoroastrianos, nostálgicos del Sha o del ayatollah Khomeini es el orgullo de la propia historia. Las protestas bullen y son generales aun entre los opositores al gobierno de Ahmadinejad. Muchos creen ver en esta puesta en escena con mensaje agraviante la mano y el dinero de la CIA. Es un complot de los americanos, sostiene un portavoz oficial, es parte de la guerra cultural y psicológica que siguió a la revolución nacionalista y religiosa que defenestró hace veintiocho años al pro norteamericano Sha Pahlevi y ha recrudecido con la campaña del presidente Bush y el grupo dirigente de la Casa Blanca contra el régimen de la República Islámica, su política en Medio Oriente y su proyecto sobre energía nuclear.

Parecen exageraciones. Pero hay tantos antecedentes de películas de guerra que indoctrinan subliminalmente la exaltación de uno de los que confrontan y la denigración del otro, que ante este nuevo "kolossal" de tema clásico resulta bastante fácil, con sólo recordar algunos sobre la Segunda Guerra Mundial, reconocer cierta lógica en las sospechas de estos quisquillosos iraníes.

HECTOR CIAPUSCIO (*)

Especial para "Río Negro

(*) Doctor en Filosofía.

 
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