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Sábado 24 de Marzo de 2007
 
Edicion impresa pag. 22 >
Paciencia

 

El presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, pidió al pueblo de su país que tenga paciencia para esperar los resultados de la ocupación de Irak. Se cumplieron en estos días cuatro años desde la invasión, durante los cuales han muerto unos 650.000 iraquíes (según una estimación de la revista británica The Lancet). También murieron 3.250 soldados norteamericanos, más un número indeterminado de mercenarios designados con el eufemismo de "contratistas". Hay 1.700.000 refugiados en países vecinos. A la vez, se agudiza un enfrentamiento a sangre y fuego de "todos contra todos" entre sunnitas, chiítas y kurdos, que por su masividad ya es una guerra civil.

Durante la Guerra del Golfo los marines recuperaron Kuwait, un petroemirato árabe que había sido invadido por Saddam Hussein, pero se detuvieron en la frontera con Irak. Se dijo entonces que el gobierno del presidente George Bush padre lo había dispuesto así porque creía que Saddam era la garantía de paz entre las tribus del país. Parece ahora que tenía razón.

La guerra que los Estados Unidos sostienen en Irak tiene cierto parecido con la de Vietnam, porque, del mismo modo que en el país de Ho Chi Minh, han instalado en Bagdad un gobierno que sólo puede sobrevivir con el apoyo de las tropas de ocupación.

En Vietnam del Sur, los Estados Unidos también creyeron que podrían emprender una retirada paulatina después de dejar en Saigón un gobierno que enfrentara por sí mismo al Vietcong. Pero fue una ilusión, porque finalmente, cuando sus efectivos habían llegado a 500.000 y sus muertos a 50.000, debieron salir a las apuradas en lo que más que una retirada fue una huida.

El parecido llega hasta la falsedad de los motivos invocados para invadir. Si con respecto a Irak se dijo que poseía armas de destrucción masiva, en Vietnam la guerra se extendió al norte con bombardeos masivos cuando, durante el gobierno de Lyndon Johnson, se pretextó un ataque vietnamita a naves estadounidenses en el golfo de Tonkín que, se supo más tarde, no había existido. Lo admitió el ex secretario de Defensa de Johnson, Robert McNamara, en una entrevista realizada décadas después.

El enemigo global, en cambio, ya no es el mismo. En 1961, cuando Vietnam ardía, Fidel Castro proclamaba, a 90 millas de la ciudadela del capitalismo, que era marxista leninista y que lo sería durante toda su vida. Detrás suyo, para sostenerlo, estaba la Unión Soviética y su círculo de países satelitarios. Tras el derrumbe sobrevive la República Popular China como una gran potencia, pero gracias a un paulatino restablecimiento del capitalismo y al reconocimiento de la propiedad privada.

Aquél era un enemigo identificable en el mapa. Para iniciar una negociación bastaba con una llamada telefónica. El enemigo de ahora es difícilmente asible, porque se trata de una inmensa nebulosa llamada Islam por algunos que combina ancestrales creencias religiosas, culturas y costumbres (y petróleo).

En Vietnam había un partido, un ejército, un jefe. En Irak están del otro lado Osama, la resistencia interna, el sunnismo, el partido Baath, Siria e Irán.

De este lado, en Washington, tampoco hay un mando único. En la Casa Blanca manda Bush, pero en el Congreso ya no. La oposición demócrata se ha apoderado de la mayoría, y algunos congresistas republicanos están desertando en las votaciones.

Mientras tanto, se han iniciado negociaciones oficiosas en las que Estados Unidos ha admitido, y aún propiciado, la participación de Irán. Se sabe que este país ha sido marcado por los Estados Unidos como la mayor encarnación del mal. Pero bien dicen que no hay mal que por bien no venga, porque también encarna al chiísmo, que es mayoría en el pueblo iraquí.

Después de que los Estados Unidos se alzaron, después de la Segunda Guerra Mundial, con una gran victoria militar que, a la vez, significaba el triunfo de la democracia contra el totalitarismo, están cerca ahora de experimentar una segunda gran derrota, después de la de Vietnam. Ya no son lo que eran.

Anthony Giddens escribió recientemente que la hegemonía estadounidense en el mundo ha sido minada por "las políticas de unos gobiernos norteamericanos que pensaban que su país debía y podía defender sus intereses al margen del resto del mundo". A su juicio, "Estados Unidos ha dilapidado gran parte de la influencia y del poder cultural de los que en su momento dispuso en todo el mundo".

A todo esto, el presidente Bush envía al pueblo norteamericano que ahora desaprueba su política mensajes esquizofrénicos. Es lo que hace cuando dice que los resultados de sus nuevos planes en Irak no se verán en días o semanas, sino en meses. Quien analice la marcha de los acontecimientos en aquel país, difícilmente pueda esperar que en días, semanas, meses o años, Estados Unidos logre salir victorioso de ese tembladeral.

 
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