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Jueves 22 de Marzo de 2007
 
Edicion impresa pag. 46 > Cultura y Espectaculos
MEDIOMUNDO: Agujeros negros

He leído por ahí que los agujeros negros poseen fuerzas centrífugas tan descomunales que si, por ejemplo, un planeta como la Tierra se cruzara en alguno de sus indiscernibles caminos, terminaría fagocitado como si se tratara del bocado de un tiburón. Un agujero negro es una extraña imagen poética de textura aberrante, una metáfora de una realidad incluso más cercana.

Permítanme que les explique mi punto de vista. Hace un mes íbamos con un amigo y el esposo de mi madre, Ernesto, cruzando la frontera chileno-argentina. En el momento en que ya nos bajábamos del auto para entregar nuestros papeles, Ernesto descuidó dos segundos su frente. Aunque tenía el motor apagado, el coche una camioneta 4x4 siguió avanzando por pura inercia, con tal mala pata que golpeó levemente la parte trasera de un auto deportivo. No pareció nada. Sin embargo, el chico del deportivo había puesto el freno de mano y un cambio. ¿Resultado? Un auto caro y con un mes de uso, abollado.

En este caso, diría, no hay culpables sino responsables de un hecho mínimo que terminó con el auto en un taller. En el lugar de los hechos se levantó un acta. Lo cierto es que el acta es también una forma de denuncia. A Ernesto se le retuvo el permiso de conducir y ahí quedó, sin ninguna posibilidad de cruzar la frontera hasta nuevo aviso.

Con el pasar de los días, el chico consiguió que su seguro se hiciera cargo del asunto. Retiró la denuncia y mandó saludos. Pero veníamos hablando de un agujero negro, o de una situación entre tonta y desesperada que remite a "El Castillo" de Kafka, y ya verán por qué. A pesar de que la denuncia fue retirada, la misma siguió un curso natural hacia el juzgado de turno, de modo que Ernesto fue llamado a declarar. La jueza le subrayó que su tiempo era muy valioso, es decir que, un día de éstos, Ernesto recibiría su sentencia. Probablemente se le encontraría culpable... ¿de qué? Pues, de un hecho que ya no tenía denuncia. Mientras tanto, Ernesto bien podía seguir sin su carné de conducir. Como era de suponer, 40 días después, Ernesto sigue igual. O peor.

Volviendo al asunto de los agujeros negros, hace una semana, un amigo vino a visitarme. Llegó a la 1 a la frontera. A la 1:15, un amable gendarme y lo digo sin ironía le explicó a mi amigo que tenía pedido de captura. ¿Se trataba de un terrorista internacional no confeso mi apacible compañero de rondas valletanas? Pues no: el chico figuraba en la computadora por un hecho no especificado. Resulta que hace quince años había tenido un accidente de tránsito, algo ya definitivamente expirado. La computadora no aclaraba gran cosa. El gendarme mandó un telex a Roca y mientras tanto los minutos se transformaron en horas. Mi amigo no debía, no podía moverse de allí. Cuando ya íbamos por las 4 de la mañana, el oficial nos explicó que la espera daba para más: ¿un día?, ¿dos?. No me fue difícil pensar en Beckett y en su Godot. Nos volvimos con las manos vacías, dejando a mi amigo en la Gendarmería.

A las 8 de la mañana, otro amigo me llamó desde la Argentina para explicarme que había estado en el juzgado y que mi amigo acusado en la frontera no tenía ninguna causa pendiente; que les pidiera a los gendarmes que llamaran al Juzgado de Roca. Como sea, yo no tenía el teléfono de los gendarmes y el de mi amigo no contestaba. Fue mi propio amigo, el señalado por la informática, quien consiguió el teléfono del juzgado correspondiente. A las 10, mi amigo y yo tomábamos café. Ojerosos.

Por la tarde, sólo sentí ganas de hacer una cosa: comprar un celular por si alguna vez me quedaba en la frontera por un pecado de juventud. Fui hasta una agencia, elegí mi modelo y cuando iba a pagarlo me explicaron que sólo se vendían por plan (en cuotas) y que para tener uno debía presentar una tarjeta. Mi dinero no valía nada allí y mis tarjetas tampoco porque necesitaba una, por ejemplo, del Nacional Bank of Tokio.

Embotado y malhumorado avancé por la calle, bajo la luminosa sonrisa de mi amigo, hasta hace poco un buscado de la ley. "Ves que sos un tonto", me dijo. "¿Por qué?", inquirí. "Y... a vos nomás se te ocurre comprar con dinero.

Y sí, a quién se le ocurre.

 

CLAUDIO ANDRADE

candrade@rionegro.com.ar

 
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