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Lunes 19 de Marzo de 2007
 
Edicion impresa pag. 12 y 13 > Opinion
La falacia de los biocombustibles

Hay por lo menos dos hechos evidentes o casi: la mayor parte de nuestro consumo de energía proviene de los combustibles fósiles, los cuales (salvo el carbón) se acaban, se encuentran en zonas políticamente volátiles o ambas cosas y son cada vez más caros. Además, al quemarse emiten gases de efecto invernadero y contribuyen al cambio del clima que ya empieza a notarse dramáticamente.

El otro hecho es que el hambre de energía del mundo aumenta rápidamente, en la medida en que los países van avanzando en su "desarrollo" siguiendo las pautas occidentales, como lo están haciendo China e India, cuya población en conjunto implica el 40% de la humanidad. Digo: siguiendo las pautas occidentales, que son especialmente dispendiosas y derrochadoras de todos los recursos naturales, entre ellos la energía.

Estos dos hechos chocarán, irremisiblemente. Entonces, es natural que se busquen soluciones alternativas. Una de ellas es la generación de energías llamadas "alternativas": la hidráulica y la nuclear, más un número de alternativas más remotas, como la energía geotérmica o mareomotriz, pero especialmente la eólica y la fotovoltaica (el viento y la luz solar). El uso de ambas formas de generación están avanzando velozmente, al ritmo de 20 a 40% anual; pero su participación en el total es aún bastante marginal, aunque la energía eólica lleva una importante ventaja y las grandes torres de los molinos eólicos ya están cubriendo importantes superficies y haciendo una contribución significativa al parque energético en ciertos países: Alemania, España, Dinamarca.

En Argentina existe un recurso eólico envidiable en la costa patagónica, que hace que una máquina alemana produzca allí el doble de lo que produce en su patria, si es que aguanta la intensidad y el carácter arrachado de los vientos patagónicos, cosa para la cual no está diseñada. Nuestra industria está en condiciones de diseñar y construir generadores eólicos y venderlos en todo el mundo, y es de esperar que no perdamos esta nueva ocasión de ingresar en un mercado en rápida expansión: la ventana de ocasión es de no más de dos a tres años, así que debemos empezar enseguida.

La generación fotovoltaica está más atrasada pero crece a mayor ritmo; es posible cubrir techos de edificios y grandes superficies con celdas fotovoltaicas y ya se alimentan así muchos lugares remotos, como observatorios climatológicos monitoreados a distancia. Los paneles fotovoltaicos casi no necesitan mantenimiento y no tienen partes móviles que se gasten, aunque aún sean caros y no sean tan ambientalmente "limpios" como se podría pensar porque su fabricación es una industria bastante contaminante. En España se construye el mayor "parque solar" del mundo, que suministrará 20 MW y ocupará 100 hectáreas.

Pero la fuente de energía de la que más se habla en estos días y en la que más dinero se invierte es el biodiésel y otros biocombustibles que se pueden usar en vehículos de combustión interna, el más conocido de los cuales es el alcohol etílico absoluto. El biodiésel se fabrica por transesterificación de aceites vegetales sean de soja, de girasol, de colza o de maíz. El aceite comestible es sometido a un proceso químico que lo hace apto para ser quemado igual que el aceite diésel mineral; se puede mezclar con éste y tiene un poder calorífico parecido.

Parece la solución perfecta: al quemarse genera CO2 pero, como es un producto vegetal, esa misma cantidad de CO2 se absorbe al crecer una nueva cosecha del aceite vegetal del que se fabrica. El balance es: cero emisión. Como yapa, los países que planten las especies aptas para producir biocombustibles podrán vender "derechos de emisión" a los otros, lo que les ayudaría a cumplir las ya insuficientes normas del Protocolo de Kyoto.

El problema es que todo eso no es cierto, porque en la producción del biocombustible se consume energía y las cuentas no cierran tal como una mirada superficial lo haría presumir. Para producir los vegetales con suficiente rendimiento es necesario usar fertilizantes y pesticidas que contribuyen al balance de carbono; en la mayoría de los casos el balance energético es negativo y el de CO2, también. El resultado es que el gasto en combustible fósil o no que se necesita para producir el biodiésel es mayor que la cantidad de energía que se ha de recuperar en su combustión. Para diversas materias primas el costo energético neto es variable: para producir una unidad de bioenergía usando aceite de soja, se gastarían casi 2 unidades de combustible, teniendo en cuenta todos los gastos, inclusive aquellos derivados de la fabricación

de fertilizantes y pesticidas. Si se fabricase alconafta a partir de maíz o de madera, la relación correspondiente sería 1,6 ó 1,3; o sea, se gasta más de los que obtiene.

Otra falacia es la del precio. Es probable que el del petróleo y sus derivados siga aumentando; pero por ahora, el aceite crudo de soja, sin la transformación necesaria para que sea biodiésel, es más caro que el diésel común y los demás aceites lo son aún más. Pero eso es una cuestión estratégica y de contaminación, así que sólo encarecerá los alimentos...

Pero esa no es la peor de las falacias. La peor es que en un mundo donde más de 1.000 millones de seres humanos pasan hambre, parece una inmoralidad dedicar una altísima proporción de las tierras arables para luego quemar aceites comestibles para alimentar a una civilización dilapidadora de energía. La cantidad de maíz necesaria para llenar de biodiésel el tanque de una camioneta alcanza para alimentar a una persona durante un año. Si se quisiera reemplazar todo el petróleo que se usa en los EE.UU. por biocombustibles, se necesitaría más del 120% de todas las tierras arables de ese país. Por supuesto ello no los privarían de su autonomía alimenticia, por lo que exportarían la necesidad de emplear valiosa tierra arable para sembrar combustibles a los ya empobrecidos países del "Tercer Mundo". Si en Argentina quisiéramos reemplazar sólo el gasoil no todo el petróleo con biodiésel, la superficie sembrada de soja se debería ampliar en un 160%, lo que equivale a sembrar con soja más de toda la superficie cultivable actual de oleaginosas, dejando de sembrar maíz, girasol, lino, algodón, maní, colza, etc. Para reemplazar una forma de energía por la otra, habría que emplear prácticamente toda la superficie arable de muchos países en sembrar especies para producir combustibles en vez de alimentos. Esto amenaza seriamente la autonomía alimenticia de muchos países en vías de desarrollo y significa un ataque terrible contra la poca vegetación natural que queda y un ataque fatal contra la biodiversidad: los desmontes para hacer lugar a la soja o a otras oleaginosas, que ya son uno de los problemas ecológicos más graves que tiene nuestro país, terminarían rápidamente con los pocos bosques naturales que quedan, en medio de los salvajes desmontes que ya se están llevando a cabo en muchas zonas de la Argentina y la destrucción sistemática del pantanal y de las selvas amazónicas, para no alejarnos en la geografía más allá de Brasil (en Indonesia también se destruye la selva para plantar palmeras aceiteras...).

No cabe duda de que el resultado del intento de reemplazar todo o una parte significativa del combustible fósil por alguna de estas pretendidas panaceas, en las que se están invirtiendo actualmente miles de millones, sería una verdadera catástrofe ecológica y alimentaria.

Resumiendo: el éxito de la actual y vigorosa campaña relacionada con los biocombustibles, inclusive el fomento legal otorgado a esa industria en la Argentina hace unos meses, sería un triunfo a lo Pirro para nuestro país. Además de los impactos ecológicos directos, empeoraría aún más la desigual distribución de las tierras, expulsaría aún más gente de sus campos, destruiría cada vez más la biodiversidad, amenazaría la autonomía alimentaria del país y no resolvería los problemas del Primer Mundo, que no son los nuestros aunque estamos haciendo todo lo posible para importarlos.

La única solución justa para el mundo es un sistema social y económico diferente a la actual tendencia al crecimiento constante en un mundo finito y cada vez más poblado. Todo lo demás no hará más que empeorar la situación, sobre todo para la población de los países "subdesarrollados", los que suministrarán combustible a los ricos sobre el hambre y la sed de sus habitantes.

 

TOMAS BUCH (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Tecnólogo generalista.

 
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03/04/2007, 15:11:00

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nos dejo su opinion

Dian
La nota de Tomas Busch es exclarecedora. Me invita a reflexionar sobre esta sociedad que nos imponen, donde el dinero es el fin máximo y donde "las verdades " armadas para conveniencia de los poderosos parecería ser la única alternativa. Estas verdades van mudando de nombres: biodiesel, sistemas de producción intensivos,ALCA, planes ecónómicos, etc Creo en el aporte de los medios para que las personas puedan conocer que hay otros caminos mejores. Que habrá que pensar un sistema diferente, mas justo, con riquezas mejor distribuidas, donde el fin primero sea el bienesta de TODOS los habitantes de mundoy el respeto a la diversidad.
 
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