VIEDMA (AV).- Se llama Paola. Tiene 19 años. A pesar de su corta edad ha vivido las peores experiencias: abandono, maltrato, desamor, encierro, desprotección y con ellas todas las consecuencias.
Como si esto no bastara, Paola es un tremendo ejemplo de la mirada esquiva, de la falta de responsabilidad de quienes deben proteger a los niños cuando los padres le sueltan la mano.
Los maltratos y la alimentación inadecuada la llevaron al hospital de Choele Choel a los seis años. Y allí comenzó un deambular por las instituciones que aún no para. Río Colorado a los 10, Roca a los 12; luego la clínica "Nueva Vida" de Bahía Blanca, lugar que recuerda como la peor experiencia. Rejas, pastillas para dormir permanentemente, estar atada a la cama y aire puro sólo con vigilancia.
Allí pasó más de un año y "hasta ahora nadie me explicó por qué la Justicia me mandó a ese lugar si no estaba loca ni había cometido ningún delito para estar en una cárcel".
Menos de éste, siempre se escapó de los lugares donde estuvo internada. Y no era difícil encontrarla: Choele Choel era el lugar que buscaba y allí a su familia, sobre todo a su tía Paola que "era la que me quería y me entendía" y a quien ya no puede buscar más.
Al observar la situación en la clínica de Bahía, totalmente inadecuada para una menor de edad, el juez que ejercía la tutela de Paola dispuso enviarla por siete días al hospital Zatti de Viedma. Esos siete días se trasformaron inexplicablemente en tres años. Todo ese tiempo vivió en la sala de pediatría junto a chiquitos enfermos que sanaban y se iban. "Pero también vi a algunos morir". A pesar de haber pasado el mayor tiempo de su vida en instituciones y bajo custodia judicial. Paola ni siquiera terminó la primaria.
"Siempre me escapé de todos lados porque yo quería una familia no un hogar de estos donde crecí", argumenta con la mirada humedecida por esa vieja angustia que se le ha hecho carne.
A los 12 conoció la droga "las más baratas" y el alcohol, que le permitieron olvidarse por un ratito de la realidad, a pesar de las consecuencias.
"Siempre quise quedarme embarazada para tener un afecto mío" y a los 17 se le hizo realidad la maternidad, cuando ya había dejado la escuela albergue de Arroyo Los Berros y la habían trasladado al hogar de Sierra Grande.
Hace un año y medio nació Selene y "fue lo más grande que me pasó en la vida".
Desde una mesa de café rodeada
del bullicio de la gente, Paola confiesa dos deseos volteando la mirada a su pasado: "haber sentido alguna vez que mi mamá me quería, un abrazo suyo y haber criado a mi hija junto con su papá como fue nuestro proyecto".
Paola espera ahora, una vez más, la decisión de la Justicia pero en este caso por el homicidio de su marido "un terrible error que no quise cometer pero por el que tengo que pagar". Está agradecida y contenida por las profesionales de Promoción Familiar que "hoy me sostienen y ayudan" y le permiten un hogar propio.
Paola debe ser juzgada pero no deja de ser una víctima de un sistema que no supo dar respuesta a la desprotección absoluta de un niño. Es responsable de sus actos pero ¿quién asume la responsabilidad de haberla condenado con anticipación a un viaje sin escalas por hogares, instituciones psiquiátricas sin estar demente y a tres años en una sala de pediatría sin estar enferma?
Su baja estatura y carita adolescente se confunde entre la gente en el atardecer viedmense sin que nadie advierta la pesada mochila con la que le tocó cargar. Y después de tanta historia que atraganta, la pregunta es inevitable: ¿cuántas Paolas caminarán junto a nosotros y no lo sabemos?
ESTELA JORQUERA
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