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Jueves 15 de Marzo de 2007
 
Edicion impresa pag. 20 y 21 >
Nuestro problemático año lectivo

Invariablemente, los argentinos debemos asistir anualmente a la proyección de la película "Nueve meses de angustia", que no es la historia de un embarazo no deseado sino la de nuestro problemático ciclo escolar.

Ante tanta recurrencia, es evidente que el tema nunca termina de resolverse. Más aún, por algunas cuestiones que seguidamente veremos, pareciera que el mismo ni siquiera se abordara correctamente.

1) En primer lugar, convengamos en que la forma en que se plantea la discusión salarial no es la más deseada, en la medida en que no están sentados a la mesa los directamente involucrados en el asunto. Por un lado, no están los docentes y, por el otro, no están los que ponen la plata a través de los impuestos, que son además los que directa o indirectamente reciben los servicios.

No obstante, vivimos en un sistema representativo y, nos guste o no, es lo mejor que hoy tenemos. Así que a confiar en una idónea y responsable representatividad por parte de gobierno y gremios.

2) Está claro que la plata para pagar los sueldos, que piden los gremios, no está. Es más, en el caso de la provincia de Buenos Aires, que resulta ser el más emblemático por su relevancia, el entonces ministro de Economía Gerardo Otero alertó que, aun para una propuesta inferior a la finalmente otorgada, se iban a tener que hacer grandes esfuerzos en la recaudación tributaria. En otras palabras, ni siquiera está la plata para eso. Así, entonces, el aumento dispuesto es vaticinio de futuros problemas, cuestión que el ministro se encargó de dejar en claro con su renuncia.

3) Tenemos en el país: a) un sistema federal de gobierno, donde cada provincia es autónoma en la prestación de los servicios a su cargo (salud, educación, justicia, seguridad); b) un régimen automático de distribución de recursos desde la Nación hacia las provincias, para el financiamiento de aquellos servicios (coparticipación de impuestos, fondo educativo, etc.); y c) toda la educación primaria y secundaria está hoy en manos de las provincias (la Nación no tiene maestros).

Por consiguiente, resulta un disparate tanto que la Nación fije salarios de empleados que no son suyos como que reparta discrecionalmente recursos para su financiamiento.

Si el argumento es que el actual sistema de reparto de recursos no es el adecuado (de hecho, no tiene prácticamente ningún aspecto razonable), pues entonces lo correcto es que se cambie el mismo .

4) Por último, ¿son bajos los salarios docentes? En general se observa que, en prácticamente todas las provincias, lo son respecto de otros sectores del Estado. Los sueldos promedio de la Justicia, la Legislatura y organismos de control, como Tribunal de Cuentas, Fiscalía, Defensoría del Pueblo, etc., llegan a triplicar los salarios docentes.

Sin embargo, no es ésa la comparación procedente. La que corresponde debería ser contra los salarios del sector privado, que son en definitiva los que financian, mediante el pago de impuestos, los sueldos del Estado.

Lógicamente, en dicha comparación deben tenerse muy en cuenta las diferentes condiciones en términos de horas de trabajo, licencias, vacaciones, edad de retiro, haber jubilatorio, estabilidad laboral, etc.

En tal sentido, en nuestro país prevalece en promedio lo siguiente: los trabajadores del sector privado trabajan 44 horas semanales, contra 35 a lo sumo del sector público; las largas vacaciones y licencias son exclusividad de los empleados estatales; los jubilados menores de 60 años han sido trabajadores del Estado; las jubilaciones de privilegio son para los empleados públicos y la jubilación mínima para los del sector privado; los desocupados son todos del sector privado; etc.

Haciendo entonces la comparación, los docentes no parecen estar castigados. Ni hablar del resto de los sectores estatales antes mencionados, que están en una clara situación de privilegio respecto de los docentes, pero mucho más aún de aquellos que son los que ponen la plata.

No faltará quien argumente que el razonamiento es inverso, en el sentido de que "hay que nivelar para arriba". Sí, estamos de acuerdo. Pero eso se logra con el tiempo y sólo cuando se hacen las cosas que corresponden. En el presente, aquello es sólo una expresión de deseos. Los salarios que paga el sector privado, aunque no sean buenos, son los que puede pagar nuestra economía, teniendo en cuenta su grado de productividad, eficiencia y competitividad. En definitiva, son los salarios que puede pagar un país con el grado de desarrollo que tenemos. Porque, al decir de un amigo, "no se puede comer pan y pretender eructar caviar".

 

ROLANDO CITARELLA (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Economista.

 
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