El fútbol, se sabe, es un mundo que cuida sus secretos con gran celo. Uno de ellos, que se refiere nada menos que a la coronación de la selección italiana como campeona del último Mundial de Alemania, salió a la luz pública esta semana.
La publicación del libro Calciopoli, escrito por los periodistas Bruno Bartolazzi y Marco Mensurati, reveló que el entonces premier italiano Romano Prodi pidió la cabeza del DT Marcello Lippi un mes antes del inicio del Mundial. Los argumentos parecían irrefutables: la Juventus que había dirigido el DT aparecía ante la justicia ordinaria como un equipo dopado y de dirigentes corruptos y su hijo, Davide, integraba una sociedad (GEA) acusada de monopolizar la representación de jugadores y entrenadores en el calcio, a través de métodos extorsivos.
Prodi, en realidad, parecía seguir la línea del sentido común. Hoy nadie lo reconoce, pero buena parte de la prensa italiana se preguntaba un mes antes del Mundial si era correcto que Lippi fuera al frente de aquella selección. El técnico, inclusive, debió declarar ante un juez antes de viajar a Alemania. El vicedirector del Corriere della Sera, el principal diario italiano, Gianni Riotta, pidió por TV no sólo la cabeza de Lippi, sino también la del capitán Fabio Cannavaro, implicado también él en escándalos de doping y corrupción, igual que el arquero Gianluigi Buffon, acusado de apostar en partidos en los que jugaba él mismo.
Pero claro, Italia avanzó a segunda rueda gracias a un penal agónico ante Australia, le ganó bien a Alemania en semifinales y luego debió llegar hasta los penales para ganarle la final a una Francia sin Zinedine Zidane, expulsado por su infantil cabezazo contra Marco Materazzi. Cannavaro ganó la competencia a Buffon como mejor jugador del Mundial y ambos fueron recibidos como héroes en su país, lo mismo que Lippi, quien pasó a ser algo así como un nuevo referente moral en Italia, aunque se fue del cargo apenas concluyó el Mundial.
La revelación del libro Calciopoli de que Prodi había pedido la cabeza de Lippi antes de que comenzara el Mundial no debería constituir entonces sorpresa alguna. Lippi permaneció porque el entonces interventor de la Federación Italiana de Fútbol (FIGC), Guido Rossi, se opuso al pedido del gobierno, según cuenta el libro. Y la presión política terminó uniendo a DT y jugadores para que una mediocre selección italiana, pero cohesionada como nadie, terminara ganando con justicia el Mundial alemán que en Argentina todavía lloramos.
Podría recordarse tal vez que algo parecido ocurrió aquí previo al Mundial de México 86. Aquella selección jugaba realmente mal antes de la Copa y el entonces presidente Raúl Alfonsín comentó en voz alta su preocupación por el tema. Funcionarios de su gobierno interpretaron esa preocupación como una orden y buscaron la cabeza del DT Carlos Bilardo, que logró salvar su puesto gracias a la resistencia de Julio Grondona. La selección argentina aplicó también allí ese código no escrito del fútbol de vencer ante la adversidad. Aquella selección ganó finalmente el Mundial de México y sus jugadores dedicaron el triunfo "a los panqueques", alusión que podía incluir a Alfonsín, la revista El Gráfico y muchos otros que, bien o mal intencionados, criticaban el pobre nivel del equipo previo al torneo.
Alfonsín, al menos, tuvo sí un gran gesto cuando en Buenos Aires cedió el balcón de la casa de gobierno al plantel y él se corrió de la escena. Dejando la pelota en manos de los jugadores.
EZEQUIEL FERNANDEZ MOORES
