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Jueves 15 de Marzo de 2007
 
Edicion impresa pag. 43 > Cultura y Espectaculos
MEDIOMUNDO: El sí, el no y el ni

La ocasión hace al ladrón, dicen, pero agregaría: también al fanático. Ahí estaban frente a mí por sólo 9 pesos los discos en versión casetes analógicos, prehistóricos y aún en funcionamiento, al menos en mi equipo de Tracy Chatman ("Telling Stories"), Sting ("Brand New Day") y Coldplay ("A Rush of Blood to the Head"). No los tengo en sus versiones CD, de modo que mis ojos saltaron de sus órbitas tal y como hacen los de Bob Esponja, personaje que tanto deleita a mis críos.

¡9 pesos! y, debo reconocerlo, a mí todavía un casete analógico me suena bien. O me sonaba.

Con una sed de innegable corte erótico corrí hasta mi humilde equipo de mediana fidelidad y los fui escuchando uno a uno. O al menos eso intenté. El disco de Sting definitivamente no me gustó. Lo puse dos veces más y me quedé con la sensación de que mejor nos encontrábamos al día siguiente. El de Coldplay fue una decepción; del lado A, la voz de Chris Martin se fugaba del parlante nítida y casual, mientras que del B parecía como si el grupo inglés hubiera grabado debajo del Canal de la Mancha, borrachos de cerveza.

Del casete de Tracy Chatman, jamás me enteré de qué se trataban sus historias: la cinta estaba cortada. Como un iluso en búsqueda de su tesoro, giré y giré el casete de un bendito lado hacia el otro hasta que me percaté de que a mi divino objeto le sobraba una cosa pero le faltaba otra: regularidad en el tránsito de la grabación.

Al día siguiente volví con mi paquete al negocio que tantas dichas me había procurado apenas unas horas antes. En el equipo del comercio en cuestión el de Coldplay se escuchaba bien. El de Chatman, bueno, hubiera sido en vano siquiera intentarlo. En lugar de pedir la devolución de mis pocos pesos pensé que era una oportunidad más que propicia para dar otro paso hacia quién sabe dónde. Nada mal. De modo que, aun sabiendo que los casetes no gozaban de buena salud, elegí comprar tres más: uno de Santana (que devolví en el acto luego de descubrir que Santana canta desde la mismísima taza del baño, así de apretaba estaba la cinta), otro de La ley, otro de Robin Williams (de quién soy fanático a pesar mío) y otro de Alice in Chains, nombre que me gusta especialmente, inclusive más que la música del grupo.

El asunto es que dije "sí" para abandonar el barco del "no". Por la noche conocí a un par de parejas uruguayas que me hicieron recordar este misterioso tema; el del sí y el no con el que vamos a todas partes.

Mientras uno de ellos decía que sí a todo ("¡Claro!, otra copa de vino", "¡Claro!, quedémonos un rato más antes de dormir", y cosas por el estilo), una de ellas negaba hasta su propia negación.

Lo leí por ahí. El sí abre numerosas puertas al tiempo que el no las cierra. Y hasta creo que hay formas de negarse a emprender rutas peligrosas asintiendo con la cabeza y maneras de avanzar con elegancia negando con furia.

Sin embargo, siempre hay un sí que alumbra y un no que apaga. Existe una suerte de inocente rebeldía en no permitirse, por ejemplo, una conversación que podría resultar edificante. O en negar un saludo cálido para dejar paso a una cuidada frialdad.

Si hay una chance mínima de ser compasivo, de entregar algo de calor, de emprender un poema o de servir aun en lo pequeño, opto por decir sí. Por tirar los dados y ver qué pasa.

Al fin, el destino es producto de una discusión constante entre la audacia y la prudencia.

 

CLAUDIO ANDRADE

viejolector@yahoo.com

 
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