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Martes 13 de Marzo de 2007
 
Edicion impresa pag. 20 y 21 >
Artesanos, árboles y maderas

John Harrison se llamaba el carpintero-relojero autodidacta cuya invención, hacia mediados del siglo XVIII, de un reloj marino seguro (que superara el rollido del barco, la fricción y los cambios de temperatura) para determinar la longitud(1) le valió ganar la competencia internacional por un fabuloso premio de 20.000 libras prometido por la Corona británica. Este hecho y sus extraordinarias circunstancias son narrados en el enciclopédico volumen sobre relojes y su influencia en el mundo moderno que publicó David Landes, profesor en Harvard, con el título "Revolution in Time". Hay un detalle capaz de sorprender en aquel éxito y es el de la descripción de un material utilizado: el reloj que finalmente le valió el premio a este artesano imaginativo, paciente y matemáticamente talentoso, luego de sudar treinta años con cinco laboriosas pruebas piloto, estaba hecho en gran parte de roble y de otras maderas superduras importadas de los trópicos. (Dice Landes: "No pudo trabajar en cobre o bronce, pero sabía cómo cortar y dar forma a la madera e hizo una virtud de lo que ningún relojero de París o Londres hubiese visto como un material totalmente inadecuado").Y uno se pregunta cómo era posible fabricar un cronómetro tan perfecto que erraba sólo un segundo al mes con elementos como ejes y piñones hechos de un material aparentemente imposible.

 

Secretos de los árboles

 

Una útil referencia técnica sobre esta curiosidad nos ofrece ahora el trabajo (título traducido: "El Arbol: una historia natural sobre qué son los árboles, cómo viven y por qué importan") de Colin Trudge, un erudito del Christ Church College de Oxford apasionado por la vida de los árboles. El hombre se pregunta: "¿Qué es un árbol?", y se contesta apuntando a la naturaleza evolutiva de su tejido vivo en la dimensión del tiempo que no es una cosa como la mayoría piensa, que es una performance, un ser biológico que se adapta, un desempeño, una obra cambiante de millones de años. La madera, dice, "es una de las maravillas del universo, notablemente compleja, finamente estructurada, hermosa de contemplar e infinitamente variada".

Observa este biólogo que el uso especializado de la madera abre un mundo de artesanías y observaciones agudas desconocido para la mayoría de nosotros. Hay un árbol para cada trabajo y también para cualquier capricho decorativo. Y da abundantes y curiosos ejemplos. El katsura de Japón es especial para fabricar lápices y calzado japonés. El árbol africano ekki sirvió como lo mejor para apoyar las vías del subte de París. La madera de abura es excelente para cajas de acumuladores porque resiste el ácido. Con la "snakewood" tropical americana se pueden hacer violines maravillosos, así como la madera del jacarandá es indicada para construir pianos. Cita también una madera de América Central que es ideal, por durísima y autolubricante, para fabricar cojinetes y rodamientos. Y esta referencia nos trae de vuelta al tema inicial, el cronómetro de John Harrison y la habilidad, el ingenio técnico y la imaginación de aquel artesano para fabricarlo con maderas que, cuidadosamente cortadas y pegadas, tenían la condición de anular inconvenientes como el movimiento del barco, la fricción y la humedad entre las piezas .    

Refiriéndose a los secretos que la mayoría de nosotros ignoramos en los árboles, Colin Tudge, este enamorado de la naturaleza, alude a los conocimientos que en otros tiempos se tenían sobre cada planta y las posibilidades de su utilización para diversos usos y aplicaciones. "Nunca cesa de admirarme dice el intrincado saber que nuestros antepasados tenían sobre cada clase de planta y sus caprichos y posibilidades". Son conocimientos, reflexiona, ahora largamente perdidos para la gente o quizá sólo confinados en trabajos extravagantes como el suyo. Pero no tanto así. Por un lado hay especialistas en biomecánica que se han aplicado últimamente a rescatar el acervo de saberes sobre maderas útiles. Uno de ellos, Steven Vogel, luego de una apreciación general sobre el tema y una mención de algunos de ellos(2) concluye: "Estas cosas surgieron de generaciones de artesanos, ignorantes de los arcanos de los gráficos de fatiga y esfuerzo pero finamente al tanto de los comportamientos prácticos de aquello que tenían entre manos". Por otro lado, el mismo Tudge cuenta que en culturas selváticas (en los Trópicos hay probablemente 60.000 especies distintas de árboles, en la selva amazónica en una hectárea hasta 300) existen tribus que los guardan, los transmiten de generación en generación y, aún más, viven en intimidad con esos secretos. Por ejemplo los "mateiros", indios brasileños, tienen un conocimiento experto y esencial para ellos de una cantidad de especies arbóreas que seguramente supera el que pueda tener sobre estas mismas especies el más erudito de profesores.

No deja de formular un deseo íntimo, un casi ruego personal. "Quizá cuando los combustibles fósiles se acaben y la industria pesada haya concluido su ciclo, estas maravillas puedan ser redescubiertas".

 

(1) Cuando Colón y muchos navegantes oceánicos antes y después de él surcaron el océano, la latitud (esto es, la relación Norte-Sur) podía ser determinada por la duración del día, la altura del sol o la estrella polar del Norte. Para el grueso de estos marinos, en cambio, la longitud (esto es, la relación Este-Oeste) era un asunto de pálpito a menudo mortal porque, cuando erraban la apreciación, podía sobrevenir un desastre. Como a cada quince grados de avance corresponde una hora de tiempo, la solución parecía cantada y la había señalado el propio Galileo: un reloj. Pero ocurría que los relojes existentes hasta bien entrado el siglo XVII eran a péndulo y resultaban ineficaces en el mar dados el movimiento del barco y los cambios en la humedad y la temperatura. Un error de minutos se traducía en uno que en el océano podía equivaler a centenares de kilómetros.

(2) Estas son algunas de las maderas serviciales que menciona indicativamente en este capítulo de su libro "Ancas y Palancas": el pino blanco para machimbres; el abeto rojo para remos; el sauce negro para piernas artificiales; el haya americana para bobinas; el álamo amarillo para toneles; el palo santo para poleas; el tilo americano para tableros de dibujo.

 

HECTOR CIAPUSCIO (*)

Especial para "Río Negro

(*) Doctor en Filosofía.

 
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