Es cierto. Ayer comenzó el trabajo de Alfio Basile como entrenador de la selección. En Ezeiza, a media mañana y con los jugadores que él y su cuerpo técnico eligieron.
Su desembarco en las costas albicelestes fue demasiado desprolijo y a destiempo, en su mejor momento en Boca y en el peor posible en la selección: en septiembre, a pocos meses de la frustración mundialista y con la urgencia de enfrentar tres potencias -Brasil, España y Francia- sin trabajo y con una lista prefabricada con acento ruso, aunque Basile jure y perjure que nadie le armó nunca ninguna lista. Será así, por que dudar. Pero también es cierto que lo de ayer es lo que realmente quiere: un grupo de jugadores con quienes trabajar día a día.
La convocatoria de futbolistas que participan del torneo argentino no es un suceso menor. No sólo porque el entrenador se desprende del mero rol de seleccionador al trabajar día a día con ellos, sino porque le devuelve prestigio a la competencia local.
Basile invierte los términos de aquel axioma de Marcelo Bielsa: si los clubes más importantes del mundo incorporaban determinados jugadores argentinos era porque se trataba de los mejores. Ahora, los mejores también pueden estar en los clubes argentinos. Si antes, para acercarse a la selección había que irse, quizás ahora permanecer sea una ventaja...
Basile habló de mística, de jugar en el país y de llevar el equipo al interior. Esto tampoco es menor. La sangría de futbolistas hacia el exterior a una edad cada vez más temprana, la atención de los entrenadores nacionales orientada cada vez más hacia Europa y la sequía de títulos generaron un paulatino desencanto hacia la selección que la transformó en un equipo demasiado lejano del público.
En definitiva, lo que comenzó ayer fue la refundación de la selección de fútbol, el equipo donde converjan los jugadores de 'acá' y de 'allá' y esa será la tarea de Basile.
JUAN MOCCIARO
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