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Domingo 04 de Marzo de 2007
 
Edicion impresa pag. 37 > Sociedad
En plena lucha por el máximo trofeo, el tiburón
La pasión por la pesca, en la maravillosa bahía San Blas. Esfuerzo, táctica e instinto en una aventura imperdible.
Quienes vencen los fuertes oleajes luego tienen su recompensa: alegría, asombro y cansancio reinan en el espíritu de los pescadores. Como un trofeo, el tiburón es colgado. Después vendrán las anécdotas para distender la tensión vivida. Una aventura inolvidable para todos.
Quienes vencen los fuertes oleajes luego tienen su recompensa: alegría, asombro y cansancio reinan en el espíritu de los pescadores. Como un trofeo, el tiburón es colgado. Después vendrán las anécdotas para distender la tensión vivida. Una aventura inolvidable para todos.
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BAHIA SAN BLAS (AV).- Es una lucha que a pesar del esfuerzo y equipo no siempre gana el hombre. A veces el enorme y respetado pez se escapa a pesar de morder el anzuelo.

Daniel Colombil es desde hace 15 años testigo de esa lucha en el medio del mar. Su trabajo es internar en el Atlántico a pescadores que van en busca del máximo trofeo: el tiburón.

A diario desde noviembre a abril parte en "El Pingüino", una embarcación de esas "que se las aguanta con el viento" desde la costa de San Blas, con caras ansiosas y ojos expectantes. Al pisar aguas del canal de "La Culebra" y luego de una hora de marcha detiene la lancha y comienza la rutina para él y la novedad ajena. Ayudado por un globo para evitar el enredo de las gruesas tanzas comienza a tirar las líneas al mar y da a elegir a cada pasajero la caña que prefieran. Todos se acomodan para la gran aventura, adoptando la posición más cómoda para equilibrar el permanente balanceo de la embarcación.

El se encarga de todos los preparativos, desde enganchar en el gran anzuelo un trozo de lisa para tentar al objetivo hasta de subir a la lancha la pesada presa, a veces aún moribunda porque los palazos en la cabeza no fueron suficientes.

Desde hace años cuando no funcionó el arma de fuego y un palo que tenía sirvió para terminar con la pelea dejó de usar proyectiles que son un riesgo para la gente.

Muchos de los pescadores eligen hasta que "clave" él para garantizar que el tiburón trague debidamente el anzuelo. Allí comienza la fuerte pulseada: el escualo que se quiere desprender de la trampa que se tragó y del hombre que busca el trofeo, el sueño del pez más grande. Uno en cada extremo. Fuerza e instinto por un lado. Esfuerzo, táctica y equipo por el otro.

La lucha se define en no más de una hora con ambos agotados y un final anunciado. Allí vuelve a escena Colombil, el único que se animó a comer algo durante la espera con un estómago domesticado al intenso movimiento del oleaje.

Unos cuantos garrotazos cuando la tanza arrimó al tiburón al lado de la lancha son suficientes. Luego el animal es arrastrado hasta la puerta trasera de la embarcación para compartir el habitáculo con los pescadores que mezclan alegría y asombro en la mirada. Una pieza para cada uno es suficiente y el regreso es inminente. El viento hecha para atrás las anécdotas de la gran experiencia. El profundo suspiro del alivio a tanta fuerza y tensión se trasforma en risa aunque la tranquilidad total se retoma en tierra firme.

No obstante no han sido pocas las ocasiones en que la respiración se contuvo cuando algunas de las presas ofrecieron movimiento. Suele suceder que queden aún reflejos que les permite moverse, ondulando el cuerpo como en el agua.

"Por suerte nunca pasó más que eso", agradece Colombil, quien por su aspecto físico nadie diría que puede cargar con un tiburón de más de 100 kilos.

La experiencia es la mejor herramienta para compensar fuerzas y teorías.

El fuerte viento o la amenaza de temporal son razones suficientes para suspender el viaje. De lo contrario la carga del combustible, la embarcación en condiciones, la carnada, los equipos de pesca, la bienvenida a las caras nuevas que acompañarán esta salida es la rutina diaria para este guía de pescadores que conoce esa porción del Atlántico como la palma de su mano.

 
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