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Viernes 02 de Marzo de 2007
 
Edicion impresa pag. 24 y 25 >
Campaña clave en China

El gobierno del presidente Néstor Kirchner no le gusta para nada que se atribuya la recuperación vigorosa de la economía nacional a la bonanza que están disfrutando virtualmente todos los países emergentes, en especial los que exportan productos agrícolas y materias primas. Quisiera que todos entendieran que se ha debido a la sabiduría económica del líder y a las bondades del "modelo productivo" que se instaló luego del desplome de la convertibilidad. Pero sucede que quienes manejan mucho dinero piensan de otro modo, de ahí la reacción casi histérica de la Bolsa local frente a la caída de su equivalente en Shanghai y los temores expresados por el ex jefe de la Reserva Federal norteamericana, Alan Greenspan, de que Estados Unidos experimente una recesión hacia fines del año corriente. En tal caso, la Argentina estaría entre los países más afectados aunque, por suerte, ha acumulado el dinero suficiente como para permitirle mitigar el impacto durante cierto tiempo.

El derrumbe del índice Merval, que cayó más que cualquier otro con la excepción del de Shanghai mismo, sirvió para recordarnos que la salud de la economía argentina depende mucho de las vicisitudes de los mercados internacionales. Cuando éstos lo tratan bien, prospera, pero cuando se muestran hostiles, pronto cae en una de las esporádicas depresiones de las cuales le resulta muy difícil salir. Claro, es posible que sólo se haya tratado de un susto pasajero, que a pesar de sus problemas financieros, el estado lamentable de la mayoría de sus bancos y el malhumor de los centenares de millones de personas que aún no se han sentido beneficiadas por la expansión fabulosa que se ha dado a partir de 1979, China siga creciendo al ritmo endiablado al que se ha acostumbrado, comprando cantidades crecientes de soja de la Argentina, y que la economía norteamericana no sufra nada parecido a una recesión, pero si resulta que los pesimistas tienen razón el boom que tanto ha contribuido a la popularidad de Kirchner no tardará en manifestar los primeros síntomas de agotamiento.

Por lo tanto, en esta ocasión por lo menos, los kirchneristas no pueden sino mantener cruzados los dedos y rezar a que el mandamás del FMI, Rodrigo de Rato, esté en lo cierto cuando dice que a pesar de todo el panorama económico internacional continuará siendo benigno, sin que haya riesgo alguno de que se produzcan desastres en los meses y años venideros: se han habituado tanto a gobernar el país con los vientos a favor, que les costaría mucho aprender a hacerlo en circunstancias equiparables a las enfrentadas por Fernando de la Rúa cuando todos soplaban en contra.

Que el presidente Kirchner procure hacer creer que los éxitos son propios y los fracasos ajenos, de ahí su voluntad de resistirse a todas las "presiones" procedentes del Primer Mundo, puede comprenderse. Detalle más, detalle menos, es lo que hacen todos los mandatarios del mundo, aunque pocos lo dicen de manera tan contundente como él. Con todo, no le convendría tomar demasiado en serio las consignas en tal sentido que suele repetir en los discursos en que trata de difundir la impresión de que todos los desastres del pasado reciente fueron culpa de las recetas reivindicadas por los dirigentes de los países avanzados, motivo por el cual rehúsa escuchar sus advertencias acerca de lo peligroso que es permitir que la economía se sobrecaliente, subestimar la importancia de la inflación o convertir el INDEC en una sucursal de Télam. Muchos de los que en el mundo desarrollado se preocupan por lo que está ocurriendo aquí no son meros teóricos, sino funcionarios poderosos que están más que dispuestos a enfriar la economía de su propio país a fin de ahorrarle males mayores. Asimismo, la dura experiencia les ha enseñado que el triunfalismo es una enfermedad que puede resultar mortal, sobre todo si quienes la padecen se creen dueños de verdades que ningún otro resulta capaz de entender. A veces un poco de heterodoxia pragmática puede considerarse positivo, pero es siempre un error aferrarse a un dogma excéntrico solamente por no querer tener algo que ver con el que cuenta con el consenso de la mayoría.

El terremoto con su epicentro en China que desde hace algunos días está agitando los mercados internacionales, donde se sospecha que está en juego mucho más que las reglas que deberían acatar quienes inviertan en la Bolsa de Shanghai, coincidió con el comienzo de la larga campaña electoral que culminará el 28 de octubre. Si todo vuelve a lo que hoy en día se supone es la normalidad, Kirchner o su esposa deberían ganar la contienda con cierta facilidad puesto que la mayoría querría que la buena racha se prolongara algunos años más, pero si lo que estamos viendo es la fase final del ciclo espectacular que, para alivio de muchos países, encabezados por la Argentina, empezó en el 2002, los resultados podrían ser muy distintos de los actualmente previstos. Por cierto, de difundirse la sensación de que una vez más estamos por hundirnos en una crisis económica exasperante, desgracia que los candidatos opositores imputarían a la miopía de Kirchner, el más beneficiado sería con toda probabilidad Roberto Lavagna, lo que resultaría un tanto injusto porque lo que lo diferencia de su ex jefe no son las ideas básicas sino el estilo, pero que sería comprensible en vista de su reputación de ser un hombre moderado sensato que reúne las condiciones para asumir el papel de piloto de tormentas.

Así las cosas, es de prever que en los próximos meses Kirchner y sus colaboradores presten mucha atención a lo que ocurra en China. De desacelerarse abruptamente el crecimiento del gigante, las exportaciones argentinas correrían peligro ya que una consecuencia sería precios más bajos para los commodities, lo que privaría al país de una parte sustancial de los ingresos que le han permitido arrojar una serie de superávits. Mal que les pese, es bien posible que China pronto ingrese en un período muy conflictivo. En muchas ciudades ya son rutinarios los disturbios violentos y no hay garantía alguna de que todos resulten manejables por un régimen autoritario que no está en condiciones de tolerar el disenso. Aunque los más prevén que China continuará creciendo con rapidez merced a los talentos de sus habitantes, su laboriosidad asombrosa y el notorio espíritu comercial que los hace tan afines a los "neoliberales" que son execrados por los progresistas latinoamericanos, franceses, españoles e italianos, antes de erigirse en una gran potencia mundial, para no decir una superpotencia, tendrá que pasar por muchas crisis políticas y económicas sumamente graves, de suerte que distará de ser un socio confiable.

Aún más importante para las perspectivas frente a la Argentina será lo que suceda en Estados Unidos. A pesar de las hazañas recientes de los chinos, su economía es relativamente pequeña: hace poco el producto bruto superó al francés primero y después al británico, lo que no es gran cosa ya que la población de China es veinte veces más numerosa que la de Francia o el Reino Unido. En cambio, el producto de Estados Unidos es varias veces mayor que el de China seis veces más según las estadísticas que suelen usarse para medir el tamaño de las distintas economías nacionales, lo que significa que hasta una recesión relativamente leve en aquel país repercutiría de manera sísmica en el resto del planeta, sobre todo en Asia donde el crecimiento que siguió a la adopción por los chinos de una variante sui géneris del capitalismo fue posibilitado en buena medida por la voracidad del al parecer insaciable consumidor norteamericano, pero también en América Latina. Es natural, pues, que haya desatado una ola de pánico la combinación de un bajón bursátil en China con las palabras un tanto sombrías de Greenspan, el que gracias a su manejo de la Reserva Federal es el gurú económico más influyente de todos, en torno de la evolución probable de la economía que es responsable de la cuarta parte de la producción mundial.

 

 

JAMES NEILSON

 
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