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Martes 20 de Febrero de 2007
 
Edicion impresa pag. 18 y 19 >
La recuperación social necesita más que buenos índices

La agenda económica en el inicio del 2007 está signada por las proyecciones sobre el crecimiento de la economía, los salarios y la inflación.

Las perspectivas tienden a ser optimistas para el crecimiento y de allí que se espere un buen desempeño para los salarios.

Para la inflación es donde aparecen los escepticismos. Las discusiones giran en torno a las presiones inflacionarias que se reprimen y, más recientemente, a sospechas de manipulación de los índices de precios oficiales.

En el fondo parece ser una discusión en torno a la verdadera salud que tienen las variables macroeconómicas, probablemente, en un exceso de confianza en la macroeconomía como medio de motorizar la recuperación social. Vale comenzar por decir que el crecimiento económico facilita el crecimiento de los salarios y que los precios bajo control preservan su poder adquisitivo.

Pero éstas son las condiciones necesarias, no suficientes, para comenzar a transitar el camino de la recuperación social. Los mismos datos macroeconómicos permiten mostrar esta realidad.

Desde el 2003 hasta el 2006, el producto bruto interno se ha incrementado en un 40 por ciento y la tasa de inflación ha disminuido desde el 39 por ciento que fue en el 2002 al 9,8 por ciento del 2006.

Esto contribuyó a una considerable disminución de la pobreza desde un 58 por ciento en el 2002 a un 31 por ciento en el primer semestre del 2006, y algunas estimaciones provisorias permiten adelantar que la pobreza ha seguido disminuyendo de manera importante ubicándose en el orden del 26 por ciento al 28 por ciento en la segunda mitad del 2006: el logro no es poco.

Sin embargo, saliendo de lo macro y poniendo el foco en los aspectos sectoriales del mercado laboral, surgen los problemas sociales que el crecimiento económico y el control de la inflación, por sí solos, no van a solucionar.

Se trata de las fuertes desigualdades que se producen en el mercado de trabajo y que se han cristalizado en una segmentación difícil de revertir, que divide a los trabajadores en formales, de altos salarios y buenas condiciones de trabajo por un lado, e informales, de salarios bajos y condiciones laborales de alta precariedad por el otro. Esta desigual división no es algo que se pueda soslayar.

Según los datos del INDEC sólo el 53 por ciento de los trabajadores asalariados en el sector privado son registrados, es decir, están en el primer grupo.

El 47 por ciento restante se ubica en el segundo grupo, el de los trabajadores informales de bajos salarios, que son los trabajadores "en negro". Cuando se habla de pautas salariales, se hace referencia a los salarios que ganan los trabajadores registrados; y esto involucra (sí involucra) de manera extremadamente débil a los no registrados. Algunos consideran que mientras aumente el salario de los trabajadores registrados, a la larga, lo hará el de los trabajadores no registrados.

Pero los datos hasta ahora muestran una realidad que está lejos de confirmar esta impresión. En el 2006, el INDEC ha estimado que los trabajadores informales han aumentado sus remuneraciones en un 20 por ciento, bien por encima de la inflación. Esto llevó a generar cierto optimismo en quienes apoyan esta tesitura. El problema es que este dato omite la parte oscura de la realidad.

El salario de los trabajadores registrados ya creció desde el 2001 hasta el 2006 un 102 por ciento, o sea un incremento superior al que tuvo la inflación en el mismo período, que fue de 89 por ciento. El salario de los trabajadores no registrados, en cambio, ha aumentado sólo un 63 por ciento. En otras palabras, los trabajadores registrados ya alcanzaron un poder adquisitivo superior en un 6 por ciento al que tenían antes de la crisis del 2002, pero los trabajadores no registrados tienen un poder adquisitivo 14 por ciento inferior.

Ya han pasado 5 años de las crisis, donde la economía ha crecido a tasas inéditas, difíciles de repetir. No es recomendable seguir confiando en la espera de que, en algún momento, los trabajadores no registrados mejoren. Máxime cuando la pobreza surge entre los trabajadores no registrados. Según datos de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, en el tercer trimestre del 2006 la pobreza entre los trabajadores registrados alcanza a apenas el 6 por ciento, mientras que entre los trabajadores no registrados la pobreza llega al 29 por ciento.

Esto explica que, a pesar de la recuperación y de la buena salud de la macroeconomía, la pobreza siga siendo alta aunque venga disminuyendo: en Argentina 1 de cada 4 personas es pobre.

Son justificadas las preocupaciones por la represión de precios como instrumento de lucha contra la inflación. Son condenables las acciones (si se comprueba que existieron) de manipulación de los índices oficiales.

Pero no hay que dejar de lado que el problema social en la Argentina no termina con la inflación controlada o la sana macroeconomía, sino que hay muchas reformas estructurales pendientes para hacer en el ámbito de lo laboral.

 

JORGE COLINA (*)

DyN

(*) Economista e investigador jefe de IDESA.

 
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