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Domingo 04 de Febrero de 2007
 
Edicion impresa pag. 42 y 43 > Cultura y Espectaculos
Referencias personales de un habitante de Brooklyn

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Descubrió la Estatua de la Libertad en el verano de 1953, a raíz de una excursión memorable a Liberty Island en compañía de su madre. ¿Qué recuerdo guarda de ese día?

El relato, tal como aparece en Leviatán, es exactamente lo que yo llamaría una "historia real". Entonces yo tenía seis años, y no he vuelto a pisar Liberty Island. Mi principal recuerdo de todo aquello sigue siendo ese descenso sobre el trasero, peldaño a peldaño. Esa lucha, sobre los fondillos del pantalón, con mi madre atenazada de pronto por el vértigo. La Estatua de la Libertad , a pesar de estar cargada de símbolos, pasó a un segundo plano. Ese ejemplo delata un dato muy valioso sobre mi método de trabajo: y es que no investigo demasiado. No tengo ese deseo de recrear lo vivido a toda costa. Mis libros son producto de mi imaginación. Yo no hago nunca reportajes.

En ese episodio de la Estatua de la Libertad aparecen, al igual que en tantas otras páginas de sus novelas, hermosas descripciones del agua. El mar, el río, ¿están muy presentes en Nueva York?

He tomado el ferry de Staten Island varias veces en mi vida... A mi regreso de Francia, en 1974, estuve dos años viviendo en Riverside Drive, en un departamento que estaba en el último piso de un edificio cuya azotea daba al Hudson River. Tenía una vista magnífica. Descubrí así que había una circulación fluvial muy intensa. Al nivel de la calle, uno olvida que Nueva York es una ciudad rodeada de agua. Basta con ascender un poco para darse cuenta de inmediato. Todos los días presenciaba ese ir y venir de barcos y eso es algo que cambió mi visión de la ciudad de una manera considerable.

En los testimonios sobre Nueva York abundan los pasajes dedicados a la presencia del agua... En "The American Scene", Henry James evoca la belleza de la luz y del aire, la "gran escalera del espacio", las "puertas abiertas del Hudson". La ciudad de Nueva York se alza sobre uno de los mayores puertos naturales que existen.

Desde el Upper East Side, que en el siglo XIX todavía no era lo que actualmente llamaríamos un 'barrio', se podía tomar un ferry que te llevaba hasta el sur de Manhattan. En aquella época aún no existía ni el metro ni el autobús; se viajaba mucho en barco... Ya conoce el célebre poema de Whitman: "Crossing Brooklyn Ferry". No es más que un largo poema épico sobre las multitudes de hombres y mujeres que cruzaban el río antes de que se construyera el puente.

"No hay nada más pomposo ni más admirable a mis ojos que Manhattan cercado de mástiles", escribe...

Exactamente. Se trata de uno de los poemas más hermosos de la literatura norteamericana.

A veces sus personajes se mueven por Little Italy y Chinatown. Sin embargo, no viven en esos barrios, se limitan a transitar por ellos... Barber, por ejemplo, invita a Kitty y Fogg a un restaurante de Chinatown.

Little Italy es un barrio que ha ido menguando como una piel de zapa con el transcurso de los años. Chinatown, en cambio, no ha dejado de crecer. No he estado mucho en Chinatown. Hacia 1969, tuve que dejar el departamento en el que vivía y un amigo me dio cobijo durante algunas semanas en un loft entre Chatham Square y el puente de Manhattan. Mi experiencia de ese barrio se remonta a aquella época y fue muy breve...

¿Se trata del "polvoriento de East Broadway", que Fogg y Kitty alquilan por "menos de trescientos dó

lares" en "El Palacio de la Luna "?

Exactamente.

Siguiendo con "El Palacio de la Luna", escribe que Chinatown era como "un país extranjero" para Fogg y que cada vez que salía de su casa se sentía "completamente desorientado y confuso".

Esa impresión era la mía: una observación tomada directamente de la vida. Hace poco, gracias a "Smoke" y "Blue in the face", he redescubierto Chinatown... Como las oficinas de producción se encuentran en esa parte de Manhattan, Wayne Wang y yo teníamos que ir por allí muy a menudo. Se hallan en el cruce de Little Italy, SoHo y Chinatown, concretamente en la calle Lafayette. Comíamos con frecuencia en los restaurantes chinos del barrio. Wayne pedía en chino y para mí eso era una experiencia tan nueva como apasionante.

Tavern, donde Fogg se emborracha con Zimmer y va con Barber...

Cuando era joven, iba a la White Horse Tavern de vez en cuando. No me parecía que tuviera nada especial. Pero ese bar, que llevaba allí mucho tiempo, formaba parte de mi "paisaje". Era una especie de punto de encuentro, de lugar de reunión. Todos lo conocíamos. En sus tiempos, Dylan Thomas también lo frecuentaba.

En "El Palacio de la Luna", Barber, que quiere 'catar' la vida en Nueva York, subarrienda un departamento en la calle 10, entre la Quinta y la Sexta Avenida.

En este caso se trata también de una referencia personal y que se remonta a la misma época en que andaba en busca de departamento. Estuve varias semanas viviendo en casa de un amigo, en una habitación con una ventana que daba a la calle 10. El edificio era un brownstones. El brownstones es un elemento 'típico' del viejo Nueva York. Y como resulta que terminé viviendo en muchos, también aparecen bastantes brownstones en mis novelas. Esos edificios viejos contrastan con las nuevas edificaciones, mucho más rutilantes. Guardo en mi recuerdo el Greenwich Village, que fue para mí un lugar muy agradable.

A menudo hace referencia a un edificio de ladrillo rojo del número 6 de la calle Varick... En La invención de la soledad el narrador se muda ahí a principios de la primavera de 1979. En "El Palacio de la Luna" Fogg se cruza con Zimmer, al que no ha visto en trece años, "en la esquina de la calle Varick con Broadway". En "Leviatán" Peter Aaron tiene una habitación allí, no muy lejos del loft de la calle Duane en el que vive Maria Turner. ¿Qué representa ese lugar para usted?

Allí viví cosas muy importantes para mí que contribuyeron a mi formación. Siento mucho apego por ese lugar, que actualmente se ha transformado completamente y está sembrado de lofts enormes, luminosos y caros. En aquella época, los departamentos se caían en pedazos y el conjunto rezumaba una imagen de pobreza y miseria. Estuve viviendo allí varios meses en 1979. Fue en el número 6 de la calle Varick, en la habitación minúscula que me correspondía, donde escribí la mayor parte de "El libro de la memoria". Era horrible. La más absoluta miseria. Pagaba cien dólares de alquiler. ¡Cien dólares!. Evidentemente no tenía cuarto de baño y para ir al lavabo había que salir al rellano, porque era común. Era horrible.

 

 

Fragmento de entrevista del libro "Dossier Paul Auster, el laberinto de la soledad" (Anagrama, 1996)

 
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