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Domingo 04 de Febrero de 2007
 
Edicion impresa pag. 42 y 43 > Cultura y Espectaculos
El misterio de la realidad según

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Sus historias toman los giros más inesperados, sin soltar al lector. Con tramas impetuosas, un lenguaje claro y una fantasía que irradia melancolía, el escritor estadounidense Paul Auster ha conquistado una gigantesca comunidad internacional de seguidores. Con veinte años cualquiera es un artista, dijo alguna vez, y con sesenta están "solamente aquellos que realmente han sobrevivido".

Y ahora lo ha logrado: ayer el gran narrador festejó su sexagésimo aniversario. Paul Auster es un escritor exitoso como en las películas. Y al igual que en sus historias, también en la vida real se desdibujan las fronteras entre realidad y una artística puesta en escena.

Desde hace más de 25 años convive con su mujer, la también exitosa escritora Siri Hustvedt ("Todo cuanto amé", 2003) en el barrio neoyorquino de Brooklyn, que desde entonces ha evolucionado de una zona de infraestructura deteriorada al "distrito de literatos".

La hija de ambos, Sophie, de 19 años, descrita como una "persona desconcertantemente bonita", acaba de lanzar un álbum de canciones que ha obtenido críticas sorprendentemente buenas. Y Auster, un intelectual delgado que gusta vestirse de negro y con una insana propensión al tabaco, puede permitirse desde hace tiempo dejarse ver muy raramente. Pero, al igual que muchos de sus personajes, también el "bardo de Brooklyn" ha atravesado épocas amargas.

Nacido el 3 de febrero de 1947 como hijo de inmigrantes judíos en las cercanías de Nueva York, ya con 16 años quería ser escritor.

"Es una existencia singular. No la eliges. De alguna manera eres elegido".

Tras un estudio de literatura en medio de agitación política y una estadía de tres años en Francia, buscó hacer pie en Nueva York como autor. Allí surgieron cuatro libros de poemas, varias obras cortas y un volumen en prosa, pero no dinero. Auster debió mantenerse a flote con una cátedra en la universidad y trabajos de traducción.

En 1979 se produjo una debacle en su vida personal. Su padre murió, se rompió su primer matrimonio y no tenía siquiera suficiente dinero para su vivienda. Y cuando ya había resuelto escribir solamente para él, llegó la gran bisagra que representó la "Trilogía de Nueva York".

Pero esto también fue inicialmente una carrera de obstáculos: 17 editoriales diferentes rechazaron el manuscrito convertido entretanto en libro de culto, hasta que un pequeño editor californiano lo publicó, convirtiéndolo en best seller.

Había llegado la hora de Paul Auster. Las tres historias detectivescas con cabos comunes "Ciudad de cristal" (1985), "Fantasmas" (1986) y "La habitación cerrada" (1986) contienen exactamente la voz por la que el escritor ganó tanta fama.

Sus personajes con fuertes marcas autobiográficas hacen gala de caracteres estrafalarios, quebrados, que se pierden en todo tipo de abismos y rincones oscuros en la búsqueda de sí mismos. Una y otra vez son el azar, la contingencia, lo imprevisto, un giro fantástico, los que determinan sus vidas, ofreciendo motivo para reflexiones filosóficas sobre el arte y la cultura, la vida y la muerte.

Con "El palacio de la luna" (1989), "La música del azar" (1990) y "El libro de las ilusiones" (2002) surgieron otras potentes historias de su pluma.

Con "La noche del oráculo" (2004) exteriorizó vivencias con su hijo mayor Daniel, quien fue vinculado indirectamente con un asesinato por drogas. Entretanto, hubo obras que también hicieron preguntarse a la crítica si Auster no escribía tal vez demasiado. Y pese a su enorme popularidad en Europa, es muchísimo menos conocido en los Estados Unidos.

Aquí despertaron más atención sus guiones cinematográficos "Smoke" y "Blue in the Face", así como su trabajo de director en "Lulu on the Bridge". "Filmar es para un huraño como yo una fantástica compensación", afirmó.

Su por ahora último libro, "Brooklyn Follies", comienza con una frase típica de Auster: "Buscaba un lugar tranquilo para morir. Alguien me recomendó Brooklyn". La trama es más calma y ligera que todas las obras anteriores del autor, y para sus seguidores más ortodoxos, tal vez demasiado suave. "Para mí escribir es un acto de libre voluntad", aseguró Auster, "es una cuestión de supervivencia".

 

NADA WEIGELT

DPA

 

 
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