Martes 26 de Diciembre de 2006 Edicion impresa pag. 33 > Sociedad
Un parque nacional con agua del Pacífico
La reserva, en Neuquén, es el gran imán de aventureros y estudiosos. Es el sitio de nidificación de aves migratorias más importante del sur. Una opción turística distinta que se afianza como imperdible, afirman.

Un espejo de agua salobre que se desprendió del Océano Pacífico al surgir la cordillera de los Andes, en lo que hoy es Neuquén, se convirtió en el sitio de nidificación de aves migratorias más importante de la Patagonia, con numerosas especies terrestres y huellas arqueológicas en su derredor.

El Parque Nacional Laguna Blanca, el más norteño de la Patagonia, debe su nombre al plumaje de los cisnes de cuello negro que cubrían sus aguas cuando fue creado, en 1940, con el objetivo de proteger esa especie, cuyo número se redujo en las últimas décadas por la introducción de peces exóticos.

La reserva está conformada por la laguna que le da el nombre, de unas 1.700 hectáreas y una profundidad máxima de 10 metros, y otras ocho más pequeñas, además de cerros y valles, con vegetación típica de la estepa, arroyos, mallines y coladas de lava. Si bien las más de cien especies que nidifican o estacionan son el atractivo fuerte, fuera de las aguas habitan pumas, zorros, choiques, lagartijas y gatos silvestres, mientras cóndores, águilas y halcones dominan las alturas.

A todo esto se suma la belleza del paisaje del lugar, donde se abastecían los habitantes originarios, que vivían en gran medida de la caza del guanaco, y dejaron petroglifos, sepulturas y utensilios de piedra, entre otros testimonios de su presencia.

La Intendencia del parque, a cargo de Arturo Costa Alvarez, organizó para Télam una recorrida, con la guía de uno de los dos guardaparques, Fernando Zanona -el otro es Federico Bracamonte- que cuidan las 11.200 hectáreas de esa reserva natural.

El paseo, en una "4x4" de la Administración de Parques Nacionales (APN), comenzó junto a la ruta provincial 46, en la cabina de los guardaparques, donde hay un mirador con largavistas para los turistas, un centro de interpretación y un camping libre.

La camioneta se internó entre los bajos matorrales y pastos esteparios y pronto llegó a una elevación, desde la cual se observaba toda la superficie de la laguna Blanca, otros ojos de agua más pequeños y la Barda Negra, que la bordea por el norte.

Desde ese punto privilegiado también se veía, del otro lado, un valle donde mapuches de la comunidad Zapata llevan su ganado ovino para el pastoreo, de manera regulada para garantizar la conservación, ya que parte de sus tierras está dentro del parque.

Por la Bajada de los Choiques se llegó al Cajón del Llano Blanco, por el que corre el arroyo del mismo nombre que desemboca en la laguna, y donde el pasto es más tierno y verde.

Allí Zanona se apeó para alejar una manada de vacas, ya que no era un lugar autorizado para pastoreo.

Las lagunas Verde y del Molle aparecieron pobladas de flamencos, patos y algunos cisnes, que al escuchar el motor levantaron vuelo en bandada, como para una postal.

Las otras lagunas que conforman el parque y la reserva son las Jabón, Antiñir, del Hueso, Antonio, del Hoyo y parte de la del Overo, mientras fuera del límite norte está la Blanca Chica. Este parque es uno de los pocos donde está autorizada la pesca sin devolución y con red, porque la intención es achicar la población de especies ictícolas introducidas.

Zanona explicó que la introducción de percas y truchas causó un gran impacto ambiental que derivó en la muerte y el alejamiento de muchas aves, debido a la pérdida de su alimento.

Casi al final del recorrido, que en palabras puede parecer corto pero duró más de tres horas, el vehículo pasó junto a las formas caprichosas de una colada de lava del volcán Ñireco.

El guía precisó que el parque se halla en el Cordón del Chachil, que con sus 2.830 metros es el más alto de la zona, aunque está fuera de la reserva. Dentro de ésta están los cerros Morado, de 1.501 metros; el Laguna, de 1.459, y el Mellizo Sur, de 1.723. Luego de atravesar el arroyo Pichi Ñireco, principal afluente de la laguna central, fue necesario vadear el espejo de agua, que llegaba casi hasta las ventanillas, para luego retomar la huella pedregosa y arribar al punto de partida. (Télam)

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