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Martes 26 de Diciembre de 2006
 
Edicion impresa pag. 18 y 19 >
Noticias de un personaje

Hacía tiempo que casi no se lo oía pero últimamente ha vuelto a señalarse como muy audible y sentencioso. James Lovelock, un hombre de múltiples capacidades  químico, inventor, meteorólogo, escritor y ambientalista  es uno de los científicos más originales y polémicos de la segunda mitad del siglo XX y desde hace cuarenta años un espectáculo mediático en sí mismo. Se hizo conocido inventando un dispositivo para detectar clorofluorocarbonatos que permitió comprobar peligros ambientales de químicos como el DDT y hacer conciencia sobre daños de esos compuestos sobre la capa de ozono. Luego se hizo famoso por una idea originalísima, que la Tierra es como un ser vivo, un organismo único y en acción continua para su propia estabilidad, la hipótesis bautizada como "Gaia", el nombre que se daba a la diosa del planeta en la mitología griega, asumida entusiastamente por sectores ambientalistas. La metáfora evolucionó en teoría y fue discutida largamente, aceptada por algunos científicos pero rechazada mayoritariamente, en particular desde la élite de los biólogos evolucionistas. La teoría sostiene que la tierra es un sistema autorregulado constituido por la totalidad de los individuos, las rocas superficiales, los océanos y la atmósfera, rígidamente acoplados en un sistema evolutivo y esforzándose para regular las condiciones de superficie de modo que siempre sean favorables para la vida. Dejando de lado suposiciones sobre una "conciencia planetaria" que le adjudican algunos acólitos de sensibilidad "New Age" (1), ella ayudaría a entender cómo la tierra se las ha arreglado para seguir siendo hospitalaria durante miles de millones de años manteniendo, como un termostato y a pesar de los cambios ocurridos, un nivel de temperaturas relativamente estables y propio para la vida (2).

Lovelock presentó su teoría hace más de tres decenios y la fue precisando con detalles desde entonces, fortalecido por el apoyo de una colega científica importante, Lynn Margulis. Pero ahora, en 2006, ha sorprendido con un nuevo libro ("The Revenge of Gaia", que conocemos a través del comentario que apareció en la edición de noviembre de la New York Reaview) en el que habla de una crisis climática casi terminal y reconoce un fuerte deterioro de Gaia en cuanto a sus virtudes homeostáticas, determinado por enormes cantidades de dióxido de carbono que entregamos a la atmósfera. No sólo eso. Predice sombríamente, ante el hecho de que la humanidad ha llevado las cosas al extremo y la temperatura aumentará rápidamente aunque la naturaleza esté todavía luchando para mantenerse normal, la confluencia de acontecimientos nefastos para la vida en el planeta. En el curso de unas pocas décadas una situación catastróficamente cálida la hará imposible en muchas regiones de la tierra, que se asemejarán a los desiertos rojos de Marte que muestran las fotos, los polos se derretirán y, entre otras cosas, Londres estará bajo las aguas. Todavía peor. Ha dicho que la especie humana, resistente como es, no perecerá enteramente si líderes competentes planifican correctamente la supervivencia de unos 200 millones, pero la inmensa mayoría correrá la peor suerte.

   Las ideas de este último libro de nuestro personaje señalan que frente al problema del calentamiento global ya es demasiado tarde, pero sin embargo él insiste en analizar ideas de mitigación y se pronuncia a favor de un programa masivo de reemplazo de la energía fósil para lo que quede una vez consumada la crisis. No podemos cambiar abruptamente dice  nuestra civilización movida por petróleo, gas y carbón, sin capotar. Necesitamos un aterrizaje suave en materia energética y eso no se podrá lograr a través de programas masivos de energía solar o eólica como muchos pretenden. Aún ahora escribe - cuando la campana ha comenzado a dar su anuncio todavía hablamos de desarrollo sustentable y energías renovables, como si estas débiles ofertas podrían ser aceptadas por Gaia como un sacrificio proporcionado y posible. No son soluciones realistas y lo único adecuado es el recurso a la energía nuclear y a ella debería recurrirse de inmediato.

"La energía nuclear es la única solución ecológica para el cambio climático", sostiene francamente. No es de extrañar que, desde el sector de los ecologistas devotos de Gaia esta tesis del santo patrono aparezca como una decepción y una monstruosidad, convencidos,  como se manifiestan siempre  de lo absolutamente demoníaco de la tecnología atómica. Los titulares y los blogs que vemos en internet sobre sus reacciones son más que elocuentes. "Un gurú ecologista se hace nuclear", expresa uno de ellos. "Es como si el Papa hubiese cambiado su punto de vista sobre el aborto", sostiene otro. Impávido, el doctor Lovelock, un personaje sin vueltas, declaró paladinamente hace poco en un reportaje publicado en "El País" de Madrid: "Los "Verdes" no sólo desconocen la ciencia sino que además la odian".

 

(1).- De ese entusiasmo y su juicio al respecto refiere el biólogo neodarwinista, Richard Dawkins, en "Destejiendo el Arco Iris" de 1998, que el ejemplo más extremo de "un tipo de ciencia poética mala" procede de un famoso y veterano ecologista. Cuenta que en la Open University de Inglaterra una conversación derivó cierta vez hacia el asunto de la extinción en masa de los dinosaurios y si esa catástrofe fue causada por una colisión cometaria. "El barbudo ecologista no tenía duda alguna: ¡Pues claro que no, dijo de manera terminante, Gaia no lo hubiera permitido!".

(2).- Un comentario simpático es el del físico Freeman Dyson en "De Eros a Gaia" de 1992. Dice: "A medida que la humanidad avanza hacia el futuro y toma el control de la evolución, nuestra primera prioridad debe ser preservar nuestro vínculo emocional con Gaia. Si permanece intacto nuestra especie será fundamentalmente sana. Si Gaia sobrevive, la complejidad humana también sobrevivirá".

 

HECTOR CIAPUSCIO (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Doctor en Filosofía.

 
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