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Miércoles 20 de Diciembre de 2006
 
Edicion impresa pag. 20 y 21 >
¿En realidad, qué pasa en Bolivia?

Cuando el nombre de Bolivia aparece en los periódicos o en otros medios masivos de comunicación extranjeros, casi siempre se trata de noticias curiosas sobre la vida en las grandes alturas andinas o de que se ha producido alguna mal llamada "revolución", con saldo de muertos y heridos, todo lo cual confirma el lugar común consistente en considerar a este país como un reducto de exotismos y violencia, propios de una sociedad fuertemente marcada por el abrumador peso de la cultura indígena aymara y quechua. Como el ser humano responde a la ley del menor esfuerzo y suele ser presa fácil de la esquematización y de la creación de estereotipos, no es difícil que el término medio de los lectores se conforme con una visión simplificada del mundo. Por ello, a usted quizá no le agradará saber que la imagen que se ha difundido sobre este país es, en realidad, más falsa que un billete de tres pesos.

En efecto, toda la extensión de la puna y de los valles interandinos representa solamente un 25% del territorio boliviano. Allá arriba, en la puna, está la patria de Evo Morales y el origen del 53% de los votos que encumbró en la presidencia a este indígena con apellido español, que no habla quechua ni aymara y se expresa a tropezones en castellano. El 47% restante de los votos se originó en un amplio universo de tendencias políticas no étnicas, distribuidas mayormente en la parte no andina de Bolivia.

¿Y cómo es la otra parte del país que abarca el 75% de su territorio? Es una amplia llanura donde se alternan campos de cultivo mecanizados, estancias ganaderas, bosques naturales sometidos a manejo forestal y parques nacionales extensos, pero allí también está la manzana de la discordia. Esta piedra de tropiezo está formada por unas cuantas "colonias" con varios miles de familias indígenas andinas, asentadas por el gobierno central en parcelas de unas 50 hectáreas, en las cuales se practica manualmente la agricultura de corte y quema (llamada acá "chaqueo") dedicada al autoconsumo y a la producción de alimentos para las ciudades, con escasa generación de valor agregado.

Desde el punto de vista económico, en las condiciones tropicales y subtropicales que caracterizan a las llanuras bajas, la extensión mínima de los terrenos agrícolas está alrededor de las 800 hectáreas que justifican una importante inversión en maquinaria y otros insumos. Sólo así es posible sembrar, aplicar fertilizantes y plaguicidas, y cosechar con poca utilización de mano de obra, de manera que la producción de oleaginosas proporcione un margen de utilidad capaz de pagar los fletes desventajosos hasta los puertos del Pacífico o el Atlántico, en vista de que el país no está en condiciones de subvencionar estos productos ni de exonerarlos de impuestos. La exportación de materias primas de Bolivia es así una inversión riesgosa que requiere buenos conocimientos gerenciales de los que, por supuesto, carecen los agricultores minifundistas.

La distribución simple de tierras tropicales a indígenas altoandinos que carecen de cultura de selva, sin proporcionarles simultáneamente capital de operación y asistencia técnica, parece responder a un interés geopolítico definido cuyos frutos se han visto en los últimos años y en especial en estos días de diciembre. En efecto la creación de "colonias" quechuas y aymaras en lugares donde no hay pobladores llaneros ha producido verdaderos quistes étnicos, compuestos por gente resentida por su incapacidad de alcanzar el nivel de vida de los llaneros nativos a quienes, sin razón alguna, los políticos sindicalistas comparan con los patronos o gamonales andinos.

Los patronos andinos, como clase social, desaparecieron para siempre cuando el 2 de agosto de 1953 el presidente Víctor Paz Estenssoro proclamó una reforma agraria, a consecuencia de la cual se generalizó el minifundio. La agricultura de los valles y de la cuenca del lago Titicaca sufrió un colapso del que no ha podido ni podrá salir mientras se sigan dando mayor importancia a las ceremonias animistas prehispánicas, que a las comprobadas leyes de la agronomía y a las implacables realidades del mercado.

Cuando el gobierno de Evo Morales propone expropiar tierras de grandes propietarios y repartirlas a indígenas importados, no está propiciando ningún acto de justicia pues los beneficiarios no serán los campesinos llaneros vecinos de los llamados latifundios. No señor, se pretende regalar estas tierras a un gentío hostil a las etnias nativas de los llanos tropicales. Pero jamás los llaneros de ninguna clase social han agraviado a aquellos campesinos por la simple razón de que las alturas andinas de donde provienen, quedan a cientos de kilómetros de distancia y en ellas nunca ha habido propietarios llaneros.

Para que se entienda mejor, la instalación de campesinos andinos en las tierras bajas en el fondo no es un acto de justicia, sino un despojo a sus propietarios naturales a quienes debería entregarse toda la tierra mal habida que pueda ser recuperada de algunos traficantes y beneficiarios de regímenes autoritarios pasados. A criterio de los expertos en asuntos agrarios, los problemas del altiplano y de los valles deberían ser resueltos en los lugares en que se presentan. Trasladar la gente andina a las tierras bajas es dejar sin solución los problemas en las alturas y trasplantar sus malas consecuencias económicas y sus odios ancestrales hacia las llanuras chacoamazónicas donde nunca existió una situación parecida.

Vista así la cuestión, se entiende ahora por qué el gobierno del MAS pretende ahora, contra la voluntad de una amplia mayoría llanera, desconocer la verdad de Perogrullo de que solamente concediendo la autonomía regional será posible mantener a Bolivia unido como un solo Estado. El centralismo actual o cualquier otra solución propugnada por Evo Morales sólo servirá para enguerrillar al país y finalmente dividirlo, cuando se puede llegar a una solución pacífica que reconozca la propiedad de la tierra y del territorio sin aplicar una política de sometimiento a las etnias de los Andes. Por último, es mejor un buen divorcio que un mal matrimonio.

 

ISMAEL MUÑOZ GARCIA (Catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno de Santa Cruz de la Sierra (UAGRM) - Bolivia. Columnista en diversas publicaciones de su país.)

Especial para "Río Negro"

 
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