El tiempo dirá si Emilio Fernández Cicco pasará a la posterioridad como el creador del periodismo "border" o como el periodista brillante, distinto y ácido hasta lo insano que un día se hizo cuerpo en un medio periodístico argentino aquejado gravemente de solemnidad. Una de las enfermedades más complejas que pueda soportar la inteligencia de cualquier época.

Cicco vino, como usualmente se dice en estos casos, a patear el tablero. Y de qué modo lo hizo. En los últimos 5 años ha hecho enfurecer a una tropa de celebridades y una cantidad no menor de lectores. Este es el sello de Cicco, conducir su existencia de acuerdo con un conjunto de leyes que no siempre condicen con las directrices que gobiernan la cotidianidad. Lo odiarás, lo amarás, pero jamás te pasará desapercibido.

Cicco es un pecador por naturaleza, mucho más que un contreras, un guerrero de un reino lejano que no se ha tomado la molestia de taparse el rabo ni de ocultar la espada. En el peor de los casos Cicco llegó para iluminarnos, en el peor para achicharrarnos como moscas narcotizadas por un poderoso haz de luz.

Su libro "Yo fui un porno star" debe figurar entre en los mejores libros periodísticos recopilatorios que se han escrito en este país. Lo pongo en el mismo estatus que "Artista, locos y criminales", de Osvaldo Soriano. Si bien para escribir Cicco el suyo tuvo que poner en cada línea, además del alma, también el cuerpo.

En un plano más íntimo y por lo poco que conozco a la persona que sostiene al personaje periodista, diré que Cicco me resulta un alma sensible, un tipo elástico como un puente colgante de la China; es, sin ofender, un hombre capaz de soportar tempestades y salir airoso incluso de entre la mierda de camello.

El periodismo nacional ya puede dar esta buena noticia: Cicco es un profesional joven e intelectualmente ambicioso. La fiesta que lo tiene por protagonista está en pañales.