La causa que provocó la Primera Guerra Mundial no fue como nos enseñaron el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa.

Esas muertes sólo liberaron tensiones generadas por intereses encontrados que anidaban en aquella Europa. Luego, la guerra. Sería hipócrita ahora decir que el ventarrón que sacude al Frente para la Victoria está causado por el desprecio que se prodigan Carlos Soria y Julio Arriaga. Esa relación es simple patología. No alcanza a esconder las motivaciones reales del problema. Y la motivación eje es que Carlos Soria no se puede permitir que Miguel Pichetto llegue eventualmente a gobernador. No lo dice, pero acciona.

Son amigos. Y saben de lealtades entre ellos. Codo a codo en el '99 recogieron un peronismo agobiado de derrotas. Un espacio de brutales desencuentros. Un lugar donde para un peronista no había nada peor que otro peronista. Ellos buscaron al partido a lo largo de toda la vertical con la que éste recorre la sociedad rionegrina. Juntaron. Curaron. Mimaron. Lo hicieron con entrega y eficiencia. Tanto que un domingo del 2003 se les escapó la gobernación por un puñado de votos. Una apuesta en la que Pichetto jugó a pleno por Soria. Y éste lo reconoce.

- ¡Por un pelo, Miguel!- le dijo Soria por teléfono esa noche.

- ¡No te caigas, Gringo!- le respondieron.

Pero la política no es un lecho de amores imperecederos. Lo único imperecedero que tiene es la lucha por el poder. Como mínimo, agria. Esa es su naturaleza más permanente.

Un Pichetto eventual gobernador posterga, quizá para siempre, los legítimos sueños con que Soria mira ese sillón. Entonces: ¿le importa a Soria que gane el Frente teniendo a Pichetto como candidato? Cómo mínimo, respuesta compleja.

Pero, ¿y la reyerta Soria -Arriaga? Entremeses peligrosos. No más. La papa está en otro lado.

CARLOS TORRENGO