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Lunes 27 de Noviembre de 2006
 
Edicion impresa pag. 60 > Cultura y Espectaculos
EN CLAVE DE Y: Malabares

Antes que la chica del noticiero diga y ahora adónde vamos el fin de semana, antes de toda propalación de la amplia gama que el esparcimiento promete, aparecen. De golpe. Sin anuncios. Con cierta cualidad de magia, ahora estás, ahora no estás. Son los heraldos del fin de semana.

Usted en lo suyo, detenido, semáforo rojo mediante. Tabletea en el volante, acelera en seco, se mira al espejo, atiende el celular. Y todo lo que le interesa es que el maldito se ponga verde y usted pueda sortear ese camioncito descargando vaya a saber qué, en doble fila, y usted quedó atrás, y esa cuatro por cuatro quiere aprovechar, enorme, negra, negra completa, incluso sus vidrios polarizados (cómo, no era que están prohibidos los vidrios polarizados) y...

En este territorio de guerra, con una desfachatez sorprendente, seres de colores, llenos de sonrisas, juegan con pelotas, aros, adminículos diversos, cosas que vuelan, se retuercen, vuelven a las manos ágiles que ni siquiera los tocan -eso parece-, se ríen solos, hablan solos, hacen reverencias. Vamos, admítalo: es difícil no dirigirles una mirada, y si tal conexión consigue borrar la afiebrada vigilancia del tránsito impiadoso con los distraídos, es posible que siga una sonrisa, algún comentario si usted va acompañado y si no, oh milagro, usted puede dirigirles la palabra y aun poner en sus manos una moneda, que tal cosa será bienvenida pero seguramente no pedida; estos seres no piden. Reciben.

Cuando usted los ve, ¡ahora están, ahora no están!, dígame si las mil posibilidades de juego, de distracción, de bocanada fresca, esa que tanto física como espiritualmente añoramos el fin de semana, no aparecen con el mismo relampagueo que sus pelotas o aros... Y algún niñito oculto en algún rincón de ese automovilista que puede desprenderse del juego pero no del celular, arañará la superficie del alma, dirá dejame salir, quiero ir con ellos...

Claro que ya es tarde. Porque pasó el tiempo, y el verde sustituye todo color, reflejo condicionado de aceleración que si falla, porque quizás usted se distrajo -terrible pecado- con los seres alados, algún bocinazo agresivo le recordará que no es hora de jugar. Aunque... ¿qué es más difícil?: en territorio hostil, ellos suman reflejos y alegría. En territorio propio, usted suma reflejos y estrés.

En el próximo semáforo rojo, seres sin colores, de todo tamaño y forma, ni siquiera merecerán, quizás, su mirada. Ellos también quieren atraer su atención: le lavo el vidrio, me compra una, tiene una moneda... para ellos no hay fin de semana. La semana es un largo, larguísimo día, y la noche un misterio, pero ellos ya están incorporados a la selva asfáltica: usted puede esperar el semáforo verde sin siquiera registrar sus pequeñas presencias de manos pequeñas de ojos adultos, de adulto sin edad. Hermanados con los heraldos del fin de semana sólo en el compartir un territorio hostil.

¿Qué magia deberán operar para ser más visibles que el semáforo, para tener una voz que venza al sonido irresistible del celular? Quizás sus hermanos lo lograron jugando con fuego, que tal cosa es medir el segundo necesario para completar los aros mágicos en el aire, desafiar los bólidos listos para arremeter, con una sonrisa. Un espectáculo burlando, al filo de la navaja, la cultura del asfalto.

No me extrañaría que en las noches del fin de semana, efectivamente jugaran con fuego, elevando al alto cielo sus aros de llamas ante la mirada embobada de los niños y también de los grandes. Porque el fuego conserva intacta su capacidad de fascinación, esa que si intentaran de día sería de imposible competencia con el sol y concitaría la presencia de celosos inspectores. El camioncito podrá estar estacionado impunemente en doble fila, pero ¡aros de fuego!

Los heraldos del fin de semana tendrían que alegrar, así fuera unos segundos, el territorio salvaje del cemento, y si tal cosa no ocurre, no será por falta de mérito de los seres multicolores que juegan. Será nuestra alma con vidrio polarizado.

 

MARIA EMILIA SALTO

bebasalto@hotmail.com

 
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