Como si tal cosa, Rodolfo Coria anuncia, ya en el tramo final de la entrevista, que está por viajar a la Antártida.

Entonces se desata otro encuentro, una entrevista que no estaba en carpeta. Durante una hora larga o más charlamos acerca de su experiencia en el Continente Blanco.

Mientras habla se acumulan en mi mente de cronista las más diversas preguntas. Muchas de ellas quedan en el tintero. Una por ejemplo, era ésta: ¿es usted un monje zen de camino a la montaña? Al final, no se la hice. Aquel contenido fascinante, hijo de otra de sus facetas como explorador y científico, quedará tal vez para una nota futura.

Rodolfo Coria tiene en el semblante la extraña paz que caracteriza a los maestros budistas, a los chamanes mexicanos, a los caciques. Su mirada delata experiencia. Saber.

Coria es, sobra decirlo, uno de los más importante paleontólogos del mundo. No casualmente, y en esto no suelen equivocarse los norteamericanos, la revista "Time" lo eligió como uno de los hombres destinados a iluminar el siglo XXI. No ha defraudado las expectativas puestas en él. Desde su lugar como director del Museo Paleontológico Carmen Funes, Coria ha desarrollado una labor constante y utópica.

Bajo su liderazgo el museo se ha convertido en un centro de atracción tanto como en un polo educacional. Sus sueños no se han quedado en un simple gesto. Ahora va por más.

Caminando junto a él, por entre las patas de los enormes colosos que una vez reinaron sobre la Tierra, me cuenta su deseo de seguir ampliando y de encontrar recursos para perfeccionar el laboratorio de la institución. Sin dudas lo logrará. La voluntad es su destino.