Las arterias coronarias irrigan el corazón, permitiéndole cumplir su ininterrumpible e irreemplazable función de hacer circular la sangre. Sea por la edad, la falta de ejercicio físico o el exceso de grasas, pueden formarse depósitos en su interior (atero o arterioesclerosis) obstruyéndolas y provocando una angina o un infarto de miocardio. Cuando la obstrucción está bien localizada, puede sortearse mediante la extracción e injerto de un trozo de vena (usualmente del pecho o de la pierna del paciente), operación conocida como "bypass" ("desvío" en castellano) coronario. La técnica, que ha salvado ya millones de vidas, fue desarrollada por un cirujano argentino durante la década de 1960.
René Favaloro nació en 1923 en La Plata, hijo de un ebanista y una modista. Amante del estudio, fue el egresado secundario con mejores calificaciones del Colegio Nacional de La Plata. Luego de graduarse como médico en la Universidad de La Plata, rechazó un cargo en el Hospital Policlínico de su ciudad, donde había terminado su residencia médica en 1949, porque se le exigió la afiliación al entonces gobernante Partido Justicialista. Tras graduarse, trabajó durante 12 años como médico rural en Jacinto Aráuz (La Pampa). Con su hermano Juan José, también médico, lograron disminuir la mortalidad infantil de la zona, las infecciones en los partos y la desnutrición, organizaron un "banco de sangre viviente" con donantes que estaban disponibles cada vez que los necesitaban e hicieron exitosas campañas preventivas y educativas que mejoraron notoriamente la salud de los pobladores.
Durante 10 años Favaloro hizo investigaciones médicas en la Cleveland Clinic del Estado de Ohio (EE.UU.), donde desarrolló la técnica quirúrgica del bypass coronario. Gracias a las destrezas manuales que adquirió en la carpintería de su padre, pudo diseñar sus propios (e imprescindibles) instrumentos quirúrgicos, muchos de los cuales ya son parte integral de la tecnología médica: retractores cardíacos, tijeras para las arterias circunflejas, clamps parciales, separadores para disecar mamarias, dispositivos para las camas de los pacientes y muchos otros. Al igual que Agote, se negó a patentar ninguno de sus inventos porque creía firmemente que la finalidad de la medicina no era hacer dinero sino salvar vidas. A pesar de los tentadores ofrecimientos que recibió para quedarse en EE.UU., volvió a la Argentina en 1971 para usar sus saberes en beneficio de sus compatriotas.
En 1979 fundó en la ciudad de Buenos Aires el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular, financiándolo con la Fundación Favaloro para ayudar a los que no pudieran pagarlos. Luego de 17 años, tras una inversión de 55 millones de dólares, el Instituto hizo su primera cirugía, brindando ininterrumpidamente a partir de entonces servicios altamente especializados en cardiología, cirugía cardiovascular y trasplante cardíaco, pulmonar, cardiopulmonar, hepático, renal, de médula ósea y otros. Creó el Laboratorio de Investigación Básica (1980), al que financió durante largo tiempo con dinero propio, hasta que se hizo parte del Instituto Universitario de Ciencias Biomédicas, base de la posterior Universidad Favaloro (1998). Esta cuenta hoy con una Facultad de Ciencias Médicas con estudios de Medicina (1993) y de Kinesiología y Fisiatría (2000) y una Facultad de Ingeniería, Ciencias Exactas y Naturales, donde se cursan carreras con las orientaciones Biomédica, Física Médica y Computación (1999).
Además de significativos aportes en cirugía cardiovascular, Favaloro y su equipo desarrollaron una gran labor docente. Se formaron en su fundación más de 450 profesionales de la Argentina y América Latina, la mayor cantidad para un solo centro, muchos de los cuales encabezan hoy destacados servicios de cardiología en sus ciudades y países. Favaloro creía que todo universitario debe comprometerse con su sociedad ("quiero ser recordado como docente más que como cirujano", decía) y dedicó sus mayores esfuerzos a la enseñanza profesional y a la divulgación popular. Participó en programas educativos como la serie televisiva "Los grandes temas médicos" y dictó numerosas conferencias en Argentina y el exterior. En el Congreso de Bioingeniería (Buenos Aires, 1999) señaló:
"Los progresos de la Medicina y de la Bioingeniería podrán considerarse verdaderos logros para la humanidad cuando todas las personas tengan acceso a sus beneficios y dejen de ser un privilegio para las minorías... Estoy convencido de que a esta sociedad consumista, cegada por el mercado, la sucederá otra... que no dejará de lado la justicia social y la solidaridad".
La sobrecarga de tareas y las acciones del gobierno nacional y los gremios (los que usaban continuamente sus servicios pero no cancelaban las deudas por los servicios prestados, que en junio del 2000 sumaban 18 millones de dólares) llevaron al Instituto al borde de la ruina y a Favaloro a la trágica decisión de suicidarse. En su carta de despedida, del 29/7/2000, acusó:
"... me aconsejaban que para salvar a la Fundación debemos incorporarnos al 'sistema': sí a los 'retornos'... En este momento, a esta edad, terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros, me resulta extremadamente difícil. No puedo cambiar, prefiero desaparecer. Joaquín V. González escribió en la lección que nos entregan al recibirnos: 'A mí no me ha derrotado nadie'. Yo no puedo decir lo mismo, a mí me ha derrotado la sociedad corrupta que todo lo controla".
Favaloro pudo haber sido jefe de laboratorios equipados con las mejores tecnologías de la época, sin limitaciones de fondos ni recursos. Pudo, también, haber sido el cirujano de los ricos de cualquier parte del mundo, célebre y millonario. Priorizó, en cambio, el vínculo con sus compatriotas y en particular con los más necesitados de ayuda en esta sociedad del privilegio, donde (en sus propias palabras) "unos pocos gozan hasta el hartazgo mientras la mayoría vive en la miseria y la desesperación". Logró la mayor satisfacción a la que puede aspirar un tecnólogo: usar sus saberes para preservar el más valioso bien, la vida humana. Hasta sus 69 años de edad había hecho 13.000 operaciones de bypass coronario con sus propias manos. Aunque no podría haberse hecho en la Argentina (país que poco comprende y apoya estas quijotescas empresas), su invento fue, no cabe duda, el más grande hecho por un argentino para toda la humanidad.
CARLOS EDUARDO SOLIVEREZ (Doctor en Física y diplomado en Ciencias Sociales).
Especial para "Río Negro"