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Sábado 04 de Noviembre de 2006
 
Edicion impresa pag. 26 y 27 >
El regreso del fraude patriótico

El "fraude patriótico" de los regímenes llamados "conservadores" comenzó a extinguirse a partir de 1916, cuando el estreno nacional de la ley Sáenz Peña, del voto universal, secreto y obligatorio, posibilitó que la ciudadanía se expresara democráticamente en las urnas y llevara al poder a la Unión Cívica Radical. Fue aquella que, de acuerdo con el precepto de su fundador, Leandro Alem, debía romperse antes que doblarse. En contraste, la actual se rompe porque un sector se dobla.

Aquel fraude consistía en una manipulación grosera de los votos y los resultados electorales, y fue llamado "patriótico" porque su objetivo era el de llevar al poder político a los mejores. En otras palabras, el fraude era el medio y el bien de la patria el fin.

Las Fuerzas Armadas cumplieron al principio un papel que, si no decisivo, resultó muy importante en la democratización de los comicios, porque fueron investidas con la responsabilidad de custodiar el acto electoral, que antes estaba a cargo de los comisarios. Lamentablemente, fueron esas mismas Fuerzas Armadas las que, con el regreso del populismo yrigoyenista al poder, iniciaron en 1930 la era de los golpes de Estado.

Aun con dos gobiernos que no pudieron terminar su mandato, desde 1983 el país está por cumplir un cuarto de siglo de vida institucional sin solución de continuidad. Pero, contra lo que se podría creer, el fraude patriótico no ha terminado. Con nuevas formas y revestido de una grosería igual o mayor a la anterior a 1916, continúa.

Si se quisiera darle un nombre más actual y significativo, se lo podría llamar "soborno patriótico" pero, como lo indica la desdichada experiencia del gobernador de Misiones, Carlos Rovira, el domingo pasado, no es lo mismo. No lo es porque aquel fraude, por lo común, daba resultado, mientras que el intento de soborno concluyó en un descomunal fracaso.

Con todo lo que Rovira hizo, con el manifiesto apoyo presidencial, para ensuciar el comicio, el resultado en su contra, fruto de la decisión de un pueblo digno, tiene algo de reparador para quienes habitamos este suelo, ya que llegábamos al domingo misionero inundados por la vergüenza del enfrentamiento sindical en San Vicente.

El presidente Kirchner, un defensor de la memoria, pretende en este caso un rápido olvido. Es una lástima, porque podría haber optado por reconocer su error y, así, dar un ejemplo de honestidad a un pueblo saturado de silencios y mentiras.

La provincia de Misiones, como todas las que forman la República Argentina, sangra por las heridas causadas por gobiernos incapaces y corruptos. Quizás la más lacerante sea la que toca a los niños de hogares pobres, que con la complicidad o, al menos, tolerancia de autoridades insensibles, se compran y venden como una mercancía más.

El gobierno nacional ha mostrado una vocación favorable a que los responsables de graves violaciones a los derechos humanos cometidas durante la última dictadura sean llevados a juicio. Pero, a la vez, parece entender que el reloj de los derechos humanos se detuvo en 1984.

Quizás sea la ciudadanía el mayor de los derechos del hombre en una democracia. Con el advenimiento del estado democrático de la modernidad, los seres humanos dejamos de ser objetos sometidos al arbitrio de monarcas absolutistas y señores feudales. Eramos esclavos, siervos, súbditos y nos convertimos en ciudadanos. El presidente de la Nación no puede ignorar que una política dirigida a obtener votos a cambio de una bolsa de comida, un subsidio o unos pesos, es una afrenta a la dignidad, una humillación, un grave atentado a los derechos de hombres y mujeres a quienes se pretende degradar para convertirlos en una informe masa adicta a políticos indecentes y oportunistas.

Para Carlos Marx, los trabajadores que engrosaban las filas del desempleo eran el "ejército industrial de reserva" que, al presionar sobre los salarios hacia la baja, mejoraban la rentabilidad del capital. Pero he aquí que la historia, tan respetada por Marx pero a la vez tan traidora, hizo que hoy en la República Popular China, bajo la conducción del Partido Comunista, sus 1.300 millones de habitantes constituyan el principal ejército de reserva del mundo, ya que sus trabajadores ganan un promedio de veinte centavos de dólar por hora.

En ciertos países de Occidente ese ejército también ha crecido. A la vez ha diversificado sus funciones, porque no sólo es una reserva de la industria, sino que también sirve a los políticos que, en lugar de ganar voluntades mediante políticas que abran para todos oportunidades de empleo y bienestar, parecen preferir que siempre haya pobres, cuanto más pobres mejor, en quienes reconocerán un solo derecho, el del voto, pero sólo para comprárselo.

 

JORGE GADANO

tgadano@yahoo.com.ar

 
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