Visitar sitios de videos porno se había transformado para Patricio en una obsesión de los últimos años. Hasta que una imagen lo detuvo de manera brutal. Un clip borró de un zarpazo toda su sed de sexo cibernético. Por primera vez, después de horas y horas almacenadas en el cuenta-kilómetros de su mente voyeur, reconoció un rostro en la desnudez multitudinaria, una voz familiar entre los gemidos de los participantes de una orgía. No uno, no dos, sino tres, se arrobaban el derecho al goce de una intimidad que una vez había sido suya.¡Javiera!, gritó. Y acto seguido se llevó las manos a la boca como si ella pudiera descubrirlo mirando por el ojo de la cerradura. Lentamente se recuperó. Tomó el mouse y se entregó al resto de la película casera. No quedaban lugar a dudas, era Javiera. Grabada con una cámara de esas que vienen escondidas en unos ositos de peluche. Sin embargo, un detalle perturbó a Patricio. Y es que Javiera, antigua novia a la que le había jurado amor eterno cuando era un joven, se delataba consciente de que el osito la espiaba. Javiera seducía a la cámara con destreza profesional. Pasaba su lengua sobre sus labios y lanzaba miradas lascivas al testigo electrónico, mientras era poseída por unos desconocidos.
Era Javiera, plena y fatal como Eva en un Paraíso imaginado por Pier Paolo Pasolini. Patricio albergaba sentimientos encontrados. Por un lado, la bronca, porque después de todo la chica había sido suya, pero por el otro, esa bronca transmutaba en deseo, y envidia, por no ser uno de esos tres mozalbetes que tan bien estaban haciéndoselo pasar a su querida Javiera. Menos mal que no nos casamos, se escuchó murmurar e inmediatamente se desdijo. No, Patricio, no: ¿que más quisieras que fuera toda, absoluta e infinitamente tuya?, reflexionó. Era evidente que Javiera nunca le había abierto su corazón en llamas.
Guardó el link de Javiera con un dejo de melancolía. Esta experiencia, concluyó Patricio, vino a reafirmar que todas las cosas que vivimos tienen un extraño propósito detrás. Cuando ciertos acontecimientos se repiten, uno puede considerarlos una tarjeta postal que viene de quién sabe qué cielo.
Patricio recordaba en su nada excepcional biografía un acontecimiento semejante. Diez años atrás, estando en perpetua soledad, había buscado en la sección "Servicios Personales" del diario, un número que a cambio de una suma moderada le ofreciera consuelo. Buscó en las decenas de posibilidades que se alistaban en el periódico. Finalmente se decidió por un nombre de pila que le resultaba simpático: "Fernanda" bebota feroz aclaraba el aviso-, igual que una ex que lo había dejado por su entonces mejor amigo. Fernanda, pechos llenos, cabellos rojos. Sensual modelo de Modigliani. Marcó pensando en ella.
-¿Hola, con Fernanda?
- Sí, con ella amor, ¿qué andás buscando?
Entonces, un flash de luz le despertó del letargo. Patricio conocía esa voz al dedillo.
- ¿Fernanda M.?, dijo con el corazón en la boca.
- Sí, ¿quién habla?... ¿Patricio, sos vos?, respondió ella y Patricio se puso tenso. Qué incómodo, che.
- Sí, soy yo.
- ¡Ey! ¡Qué onda! ¿Estás solo? ¿Andás triste?
Estuvo a punto de colgar, pero en lugar de hacerlo le dijo: "No sé cómo funciona esto. La verdad, me alegra haberte encontrado, recuerdo que eras una chica buenísima... ¿Cuánto cobrás?"
Esa noche Patricio recuperó a Fernanda por una hora y media.
De modo que aquí estaba de nuevo, frente a un déjà vu transfigurado en video on line. ¿Cuántos ex novios habrían llamado ya a Javiera para decirle: ¡Javiera saliste divina en el video porno! ¿Cuántos la habrían invitado a salir sólo para comprobar si Javiera era tan hot como la revelaba el clip? ¿Sería Patricio uno de esos infelices babosos que daban lástima?
Antes de que se cumpliera el minuto de reflexión, Patricio llegó a una conclusión que afectaría al resto de su vida: sí, él también era uno de estos patéticos tipos hambrientos. Sin pensarlo dos veces tomó un trago de whisky "palo seco", hurgó en su vieja agenda de teléfonos y marcó el número del departamento de Javiera.
Alguien descolgó el aparato del otro lado. Una voz dulce inundó su ambiente.
CLAUDIO ANDRADE
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