No hay teatralidad.
Este el único rasgo digno que tiene el trámite de divorcio entre el Comité Nacional de la UCR y sus correligionarios rionegrinos. No se quieren. Y se lo dicen. Divorcio no carente de particularidades, claro. Lo lideran dos políticos muy mesetados como para ver en la crisis del partido una instancia para la amplitud de estilo y gesto.
* Caso Roberto Iglesias. La respuesta que dio ayer a la UCR provincial no obvia déficit de su conducción. Mucha formalidad para timonear un partido que se diluye. No lo conoce bien. No hizo ningún esfuerzo por recorrerlo. No pegó ningún giro inesperado en función de mudar el escenario. Carece de eso que muy bien definió un radical de pensamiento sencillo pero de reflejos precisos: Crisólogo Larralde. Hablaba de "la voz", ese susurro con el que aconsejaba serpentear el partido en tiempos de tormenta. "Ir hasta los límites donde llega el enojo, y volver con todos los enojados", decía.
*Caso Miguel Saiz. En los hechos, lidera la fractura del radicalismo rionegrino con el Comité Nacional. Desde lo político, está lejos de ver la política como un hecho que merece mediación intelectual de calidad. Reflexión en la que graviten más los "amplios destinos Arturo Frondizi, que los "destinos personales". Saiz es heredero de una grave tradición propia de la UCR rionegrina: ver la política como permanente ocupación de espacios de poder. No más.
En fin, más sobre el largo adiós del radicalismo.
CARLOS TORRENGO