Una situación particular le tocó vivir a un cronista de este diario, cuando viajaba días pasados desde Roca hacia Neuquén por ruta 22. Entre Allen y Fernández Oro caminaba un hombre de aspecto desaliñado por el costado norte de la ruta. Algo de la carga que llevaba este hombre llamó la atención del cronista. Al acercarse vio que formaban parte de sus pertenencias un bagayo blanco y un perro muerto al hombro. Y la curiosidad lo llevó a un breve interrogatorio que podría resumirse así:

Pregunta: ¿Conoce por acá donde queda la chacra de Fernández?

Respuesta: No.

P.- ¿El perro es suyo?

R.- No.

P: ¿ Se lo va a comer?

R.- Sí.

P.- ¿Pero cómo lo hace, a la parrilla o al asador?

R.- Al puro fuego.

Luego el cronista busca unas monedas en su bolsillo y se las ofrece, las que el hombre acepta con cierto dejo de desconfianza. Acto seguido se agacha, levanta al perro muerto, (ya no le importaba que el cronista viera al animal) vuelve a colocarlo sobre su hombro y se aleja.