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Jueves 28 de Septiembre de 2006
 
Edicion impresa pag. 26 y 27 >
El bolígrafo de Biro

Idos están los días en que "escuela" era sinónimo de guardapolvos manchados de tinta; días cuando había que cuidar de no derramar el tintero y laboriosamente aprender a deslizar la metálica pluma sobre el papel con la presión y el ángulo correctos. Idos están y en buena hora, porque el valor de la palabra escrita no está en la destreza manual que se adquiere al impresionar el papel, sino en los procesos mentales que producen la escritura y la lectura. Y si están idos, es gracias a un invento que, aunque no fue concebido en Argentina, fue comercialmente producido allí por primera vez.

El bolígrafo fue inventado por Lászlo Jószef Biró (quien castellanizó su nombre como Ladislao José Biro), nacido en Budapest (Hungría) el 29/9/1899. Hijo de un dentista judío y una cristiana fue, según sus propios relatos, un personaje multifacético. Trabajó como mecánico dental; inició, sin completarlos, estudios de Medicina e Ingeniería; fue escultor, pintor, corredor de automóviles, hipnotizador, periodista... Registró 32 inventos, entre los que se cuentan un lavarropas, una transmisión automática para automóviles (que fue comprada y archivada por la General Motors para evitar que compitiera con su sistema propio), artefactos micromecánicos, un sistema de levitación magnética para trenes, el napalm, la resina fenólica, un método para la separación de isótopos.

Se cuenta que Biro concibió la idea del bolígrafo cuando notó que las bolillas de vidrio con las que jugaban unos niños marcaban nítidas líneas de agua cada vez que cruzaban un charquito. A lo largo de toda la década de 1930 desarrolló en Europa varios prototipos basados en la "sencilla" idea de escribir haciendo rodar una bolilla entintada, principio de funcionamiento afín al usado por las imprentas rotativas con que se imprimen los periódicos, obteniendo allí su primera patente en 1938. Ese mismo año, en un hotel de un balneario de Yugoslavia, otro de los huéspedes lo vio escribiendo con su invento y se interesó mucho en la idea. El otro huésped era el entonces presidente de Argentina, Ing. Agustín Justo, quien lo invitó a radicarse en nuestro país. En 1939 Biro debió abandonar Hungría para escapar del gobierno pro-nazi, trasladándose primero a París y, luego de la entrada allí de los alemanes, a Argentina, donde arribó en mayo de 1940 gracias a la ayuda de Justo.

Ya en Buenos Aires, con su socio húngaro Juan Jorge Meynes, creó la Sociedad Sudamericana Biro para continuar perfeccionando su invención. Para ello debió desarrollar tanto las máquinas con que producirlas (en particular, la engarzadora de las bolitas), como una tinta que fluyera con facilidad pero al mismo tiempo fuera de secado rápido. La primera versión comercial se produjo en 1941 con el nombre Eterpen. En 1945, habiendo hecho mejoras muy significativas a la Eterpen, vendió por dos millones de dólares los derechos de su producto a la empresa Eversharp-Faber, que lo comercializó como Birome (combinación de los nombres de Biro y Meynes), denominándolo genéricamente "esferográfica". Como sucede con la marca de los productos exitosos (como la Aspirin, el cierre Relámpago y la Gillette) "birome" fue la denominación popular de lo que más tarde, al aparecer productos similares de otras marcas, se denominó bolígrafo. Los derechos para Europa fueron vendidos al barón francés Marcel Bich, quien los comercializó con la abreviatura de su propio nombre, Bic. Los primeros modelos de bolígrafo se vendían a cien dólares, pero ya en 1949 su masiva producción en serie había bajado enormemente el precio, que en Argentina era tan sólo $11,90, aunque todavía varias veces el bajísimo precio actual, consecuencia de los millones de unidades que hoy se venden en todo el planeta.

En lo que a practicidad respecta, el bolígrafo sólo ha sido superado por otro útil de escritura. Cuando comenzaron las misiones conjuntas de los astronautas rusos y estadounidenses, la comunicación escrita entre ellos se dificultaba por un problema nunca previsto por Biro: la tinta de los bolígrafos fluye por su propio peso y sólo escriben con la punta hacia abajo y en lugares donde hay fuerza de gravedad (¿alguna vez trataste de escribir con un bolígrafo mientras estabas tirado boca arriba en la cama?). Los ingenieros estadounidenses rápidamente encontraron la solución: bolígrafos con tanques de tinta presurizados. Cuando en la siguiente misión los astronautas estadounidenses orgullosamente mostraron su invento a los rusos, éstos (me los imagino con una gran sonrisa) les mostraron la más reciente adición a su arsenal tecnológico: eficientes y económicos lápices de grafito.

Aunque Biro estaba radicado en el país en el momento en que su bolígrafo comenzó a producirse comercialmente, no se educó en Argentina, hizo su primer prototipo en Hungría y lo patentó antes de su arribo al país. Es cierto que hizo su perfeccionamiento con los medios disponibles en el país, pero su comercialización en gran escala no fue hecha por una empresa de origen argentino, por lo que difícilmente podemos decir, mal que nos pese, que es una tecnología argentina.

Por otra parte, pese a reiteradas invitaciones para radicarse en el extranjero, Biro prefirió permanecer en Argentina, país que lo había acogido cálidamente y al cual valoraba mucho, más que los propios argentinos que, en sus propias palabras, "no saben" el país que tienen. En una entrevista realizada poco antes de su muerte señalaba que "los argentinos (...) esperan que todo lo haga el gobierno, que lo dé todo el gobierno; pero es muy poco lo que ellos mismos hacen por el país". Biro murió en Buenos Aires el 24/11/1985 mientras desarrollaba, para la Comisión Nacional de Energía Atómica, un método original para el enriquecimiento del exafluoruro de uranio. El 29 de setiembre, fecha de su nacimiento, ha sido instituido en Argentina el Día del Inventor, doble acierto porque sus méritos personales lo hacen más que merecedor del homenaje y porque a diferencia de lo que sucede con la mayoría de nuestros próceres se celebra el comienzo de su fructífera vida y no su indeseada finalización.

 

 

CARLOS EDUARDO SOLIVEREZ (Dr. en Física y Diplomado en Ciencias Sociales).

Especial para "Río Negro"

 
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