En su definición más rústica, la política es lucha por el poder. Definición de "zócalo" dijo ese talentoso descreído en todo, o casi todo, que fue Ezequiel Martínez Estrada.
Esa lucha tiene exigencias.
No admite -por caso- la perplejidad. Y reclama -siempre- textura de elefante a sus gladiadores.
Esta lucha requiere el debilitamiento del otro. En política, el empate suele degradar poder. Porque, como en términos de McArthur para la guerra, en política la victoria no tiene sustituto. Simple realidad.
La política lucha en un vasto campo. Con verdades que no lo son tanto y mentiras que tampoco pueden definirse tajantemente como tales. Se trata de imponer el propio lenguaje. Se generan hechos que apuntan al control acumulativo de situaciones y espacios de la más variada entidad y gravitación.
No hay renglón ajeno al entrevero.
Los silencios son aprovechados por el adversario. Y la ruidosa retórica de éste quizá denuncie debilidad. O un miedo muy arraigado a perderlo todo.
Así es este juego llamado política. Así se lo practica por estos días en Río Negro.
Política "zócalo".
CARLOS TORRENGO