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Viernes 08 de Septiembre de 2006
 
Edicion impresa pag. 72 > Cultura y Espectaculos
MERLOT Y BESOS: Rutas argentinas
Yo creo, mejor dicho, estoy seguro de que a todos nos gusta viajar. No hablo sólo de viajes a otros continentes ni a países exóticos o con historia, sino sólo al hecho de "viajar" hacia algún destino. Tenemos cedido ese don precioso de viajar, de trasladarnos; no importa la cantidad de kilómetros. Podemos hablar de aviones y de destinos o lugares, pero lo que trato aquí no es la velocidad ni la pronta llegada.

En lo que a mi gusto se refiere prefiero viajar en auto; también recuerdo el deleite de algunos viajes en tren cuando los había. Y es ahí, en esos precisos momentos en que miro por la ventanilla del vehículo en cuestión donde me parece que manejo artesanalmente las formas del tiempo.

Sí, paradójicamente cuando todo es espacio, es cielo abierto, enormes nubes que ciernen sobre nuestra marcha en el camino, uno siente que maneja un tiempo extraño.

La contemplación encuentra el mayor placer y extrañeza en el ámbito agreste de los campos o los desiertos. Y así uno va, con un sereno ademán desinteresado, con el espíritu calmoso, dispuestos al sólo goce estético, mirando aquellos lugares donde no transcurren nuestros días, viendo a campesinos o chacareros tratando, o no, de abolir el hábito y la rutina.

Pero también es cierto que estamos en tiempos donde la celeridad, la velocidad, la ansiedad de la meta, es lo primordial; hoy muchos desearían a cualquier costo un transporte instantáneo, al mejor estilo del que usan en "Viaje a las estrellas".

Ese apartamiento del disfrute de la ruta es notorio ahora. Parece que todo debe ser veloz, que el viaje es un abarcar y engullir espacios y relojes.

Para "matar" las horas que transcurrirá el viaje se han inventado pasatiempos, desde crucigramas hasta pequeñas máquinas donde desde el interior surgen nerviosos juegos, todo en pos del abandono contemplativo; como una conducta, como una norma de acción.

Hace dos días hice un viaje en auto, junto al rumor del motor sentía que todo el aire fresco y puro era mío, sentía que el viaje mismo era sustancia literaria, un ciclo estático, un estado de feliz anonimato.

Mili me cebaba unos mates y mirábamos los campos, comparábamos las formas de las nubes con otras formas de la realidad; una enorme araña entre blanca y gris parecía querer picarnos en un momento propicio lanzándose a la llaneza amable. Con eso solo estaba la felicidad, la celebración de la tierra y de las almas que de un modo grato excitaban nuestra imaginación. Nosotros, que no tenemos comprado ni un minuto de nuestro futuro, no deberíamos perdernos nada de esto.

El simple deseo de llegar es una fuente de perturbación para poder gozar no sólo de un paisaje, sino también de nuestra propia interioridad. Viajar es una bella locura retocada, es una experiencia elemental, que nos puede remontar a espacios y distancias continuas, inagotables; donde debemos contentarnos con la mera aproximación.

Viajar es como mudar el espíritu, encontraros con cosas y, lo que es más difícil, añadirnos a esas cosas, despertar ese extraño instinto de hacer sobrevivir lo más raro que podamos obtener de nosotros.

 

RAUL LOPEZ

rualnego@hotmail.com

 
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