Número de Visitas Agréguenos a Favoritos 
TITULOS SECCIONES SUPLEMENTOS OPINION CLASIFICADOS SERVICIOS NUESTRO DIARIO PRODUCTOS
 
Domingo 27 de Agosto de 2006
 
Edicion impresa pag. 51 > Cultura y Espectaculos
Memoria selectiva

JORGE VERGARA

jvergara@rionegro.com.ar

Memoria de elefante deberíamos tener para recordar todos y cada uno de los hechos sucedidos en nuestras vidas, aunque a decir verdad nunca supe cuánta memoria tienen los elefantes. Tal vez sea más por lo del tamaño que por lo que de verdad sabemos de los elefantes.

Pero por esto de la memoria selectiva es que podemos rescatar los hechos que por simples o importantes quedaron almacenados. Y entre esos hechos hay muchas cosas que uno las quiere instalar en el presente y parecen irreales.

Un método no muy ortodoxo utilizaba mi tía "Negra" cuando andábamos con un diente flojo y le escapábamos al dentista. Después de dos o tres días de tener el diente de leche en pleno baile, esta tía tomaba cartas en el asunto y utilizaba su propio método de extracción.

Tomaba unos metros de hilo de coser, lo doblaba por la mitad y uno de los extremos lo ataba al diente que estábamos cambiando. El otro extremo iba a parar al picaporte de una puerta pesada, en lo posible, que estaba entreabierta.

Mirábamos el método y no le encontrábamos la vuelta, mientras esta tía nos confundía con alguna charla para despistar. Cuando menos esperábamos, como quien no quiere la cosa, empujaba la puerta con fuerza suficiente para cerrarla, pero al mismo tiempo para que se llevara con ella el diente de leche que no podíamos sacar por nuestros propios medios.

Si nos hubiera dicho antes cómo era el método, seguro nos iba a parecer una crueldad, pero en realidad ni cuenta nos dábamos de lo que había sucedido. Y después a esperar la magia del Ratón Pérez, ese que traía consigo la nobleza de cambiar una moneda por un diente, pero que al mismo tiempo implicaba cierta injusticia, porque si al gordo de doña "Pina" (su mamá) le traía una moneda de 25 por un diente similar al nuestro, a nosotros nos traía apenas una de cinco centavos, que ni siquiera alcanzaba para un par de caramelos "Popsy".

Otra cosa que no entendía era la de los piojos. Hablar de piojos era sinónimo de andar un par de días con olor a kerosene, porque la receta era que ante los piojos más rebeldes, había que mezclar una cucharada de ese combustible con un litro de agua, lavar la cabeza con esa mezcla y después dejar unas horas. Eso sí, después no había champú que sirviera para sacar el olor al kerosene.

Si la receta no daba resultado, la alternativa (en realidad eran sólo esas dos opciones cuando no había recursos) era el peluquero de enfrente de casa. El señor Coronel ya sabía que piojos eran sinónimo de pelo cortado al límite de la piel. Y salíamos con la cabeza brillante, con los bordes de las patillas y la nuca blanca y llena de talco porque nos llenaban de talco para suavizar la picazón que nos dejaban las máquinas quitapelusa, que más eso eran casi un constante tironeo de pelo. Y al día siguiente aguantar en la escuela las cargadas más diversas.

Nos quedan para la próxima otras cosas insólitas, de esas que tal vez no sean importantes, pero que en otros tiempos eran moneda corriente. Forman parte de nuestros recuerdos, del folclore doméstico, del que vivimos día a día.

 
haga su comentario otros comentarios
 
 
sus comentarios
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
Todos los derechos reservados Copyright 2006