| ||
LA SEMANA EN BARILOCHE: Danza de millones | ||
El viaje para golpear puertas en la metrópoli (sea Viedma o Buenos Aires) se ha transformado en un ritual repetido para las autoridades del municipio. Por lo común el periplo concluye con la exposición de los compromisos obtenidos, que en un futuro próximo beneficiarán a la ciudad: inversiones millonarias en obra pública, subsidios, transferencia de tierras. Y palmadas en el hombro, que también sirven. Nadie reniega de la necesidad de ese combustible, pero tanta fruición por la acceder a los favores del gobierno de turno compone además un signo de debilidad manifiesto, que entra en abierta contradicción con la autonomía municipal tan declamada en estos días por quienes aspiran a dar la letra de la futura Carta Orgánica. Está visto que -antes que las jurisdicciones- la primera autonomía a conquistar es la del dinero. Y debería preocupar entonces que siendo Bariloche la ciudad más grande de la provincia, esté impedida de encarar con recursos propios poco más que un modesto programa de bacheo. Según lo determinó un estudio de la CEPAL, durante 2005 la actividad turística inyectó en la economía de Bariloche 1.213 millones de pesos. La cifra sorprendió incluso al ministro de Turismo, Omar Contreras, cuya estimación previa era que la actividad "movía alrededor de 400 millones". El dato, sin dudas, puede sugerir muchas conclusiones. Una de ellas es la escandalosa modestia que (en paralelo con ese volumen de circulante) alcanza el presupuesto municipal. Para este año el cálculo de ingresos y egresos fue fijado en 62,1 millones de pesos, con una recaudación propia de apenas 23,5 millones. De ellos, 8,1 millones corresponden exclusivamente a la tasa aplicada sobre la facturación de empresas y comercios. Esto significa que el municipio se apropia de una porción ínfima del ingreso económico que resulta del turismo -y la renta que produce-, de modo que si se propusiera duplicar esa participación no produciría ninguna hecatombe. No es extravagante pretender que de allí surjan las obras de infraestructura tan reclamadas al "Estado ausente". Pero la reforma tributaria cien veces anunciada sigue esperando "la mejor oportunidad política", según confiesan los propios funcionarios. El intendente Icare ha ejercido durante cierto tiempo una sólida fidelidad con el radicalismo, para saltar luego a las filas kirchneristas. Pero en ningún caso ha logrado el rédito para la ciudad que motivaron esos alineamientos. En su reciente viaje Buenos Aires consiguió la promesa de 50 millones de pesos para ejecutar obras de asfalto y cloacas, además de una cesión de tierras donde se emplazaría el Centro de Congresos y Convenciones. Ocurre que la misma fórmula se reitera una y otra vez: las 250 viviendas para los vecinos de la barda del Ñireco, los 10 millones para construir el CCC, la partida para expropiaciones, la Circunvalación todavía inconclusa. Al punto de que los anuncios, con algún trabajo, consiguen el esperado título pero ya no impresionan a nadie. Es cierto que la desnutrida alcancía municipal no alcanza para pensar en grandes obras, al punto que la repavimentación de Pioneros -2,5 millones de pesos- fue anunciada como la "mayor inversión municipal de la historia con recursos propios". Pero la sola idea de que no hay manera de torcer el deterioro sin recurrir a la generosidad del poder central es descorazonante. Más de una vez Icare y los suyos reconocieron que en su política de alianzas hay mucho de pragmatismo. Pero está visto que en los hechos ha conseguido poco y nada. Cuando el gobierno municipal tenía a Miguel Saiz en la provincia como socio privilegiado, Bariloche siguió siendo la ciudad que por lejos recibe menos subsidios eléctricos. También es la que tiene mayor atraso en infraestructura escolar (lo reconocen los propios funcionarios del área) y hasta los bomberos locales deben penar para afrontar el sueldo de sus radiooperadores, cuando en otras localidades les paga la provincia. Nada de esto cambió con Icare, quien arrastra ese fantasma de incomprensión en su más actual derrotero por los despachos porteños. Mientras tanto, las promesas se superponen como capas geológicas en una práctica arraigada y desgastante. A futuro, y elecciones mediante, es posible que los compromisos sean reafirmados con visita presidencial incluida y tal vez algunos empiecen a transformarse en pavimento y en ladrillos. Pero quedará de igual modo el regusto amargo de la pequeñez y la dependencia, junto a la sensación irremediable de que faltan ideas y vocación para romper ese molde.
DANIEL MARZAL | ||
Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí | ||