La voz de Lalo Mir admite algunas contradicciones. Por un lado diría que su timbre, su entonación, la rítmica que le es característica constituyen todo un clásico de la radiofonía argentina. Pero clásico es como decir un tiempo pasado que se ha vuelto eterno. Shakespeare, Fellini, Manara. A la vez, la figura y el verbo de Lalo lo sitúan siempre en el centro de la generación más floreciente, rebelde e inconformista que se esté forjando en el momento presente. Es decir, Lalo es un clásico de hoy, un novel señor de la radio asociado a la transgresión y a una vanguardia acaso jamás buscada. Tan natural como el agua de una vertiente.

Ya por todos es sabido que Lalo fue uno de los maravillosos integrantes de Radio Bangkok (por Rock & Pop en los 80), un programa que podría escucharse sin problemas ni ajustes en el 3006. Hizo otros tantos ciclos que han dejado huella y se atrevió a la televisión con suerte diversa. Su persona es, para millones de consumidores del ambiente radial, un sello, un seguro, una apuesta de fe. Si Lalo aparece ofreciendo una conexión gratis o una gaseosa que nos apagará la sed, pues le creemos y punto. Si Lalo se pone a la cabeza de un proyecto, lo seguimos.

Inteligente, desatado, diverso, nada soberbio, Lalo Mir es la quinta esencia del talento y de una virtud que no admite falsas idolatrías. Por algún motivo, que aunque ignoramos se suma a los expresados, Lalo Mir es y será joven forever. En su tren de alegría y desenfado nos transporta a todos. No hay quien no recupere sus mejores años escuchándolo al lado de un parlante por pequeño que éste sea. Aquí en el sur del mundo o a través de internet en la también lejana Noruega.