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Ah, la vida | ||
Brotes. Brotecitos. Yemas. Ramas. Colores. Perfumes... Agosto, desmintiendo la inmerecida fama de mes trágico, es el heraldo de la primavera. No me diga: es casi mágico. Usted pasa por una calle que veía hasta el fondo y ahora no puede, porque lo confronta un verde tímido y suave casi pidiendo permiso. Claro, no pide permiso. La vida se abre paso. Tarea arriesgada, la de la vida en agosto. A diferencia de nosotros, que nos tapamos de la cabeza a los pies o salimos en remera según la temperatura, esos brotecitos, esas florcitas de vanguardia tienen que afrontar desnudita su alma las heladas, los implacables vientos de la Patagonia. No importa: aunque alguno quede en el camino, la vida se abrirá paso. No deja de ser consolador, después de haber recibido semejante paliza de lluvias y nevadas, ¿verdad? Usted puede ser de los afortunados seres cuyo rol, igual que el mío, es sentir compasión y ayudar a quienes vivieron tamaña epopeya. Pero aún ellos -los seres de la epopeya- al regresar a su vida normal, si es que tendrán vida normal, se encontrarán con plantitas y pájaros. Para muchos, sin embargo, el embate no los encontrará igual ni serán las mismas sus plantas. Es en estos momentos, cuando la naturaleza hace lo suyo, que la displicente obra humana -esa que concluye que manda la exigencia de energía de los grandes centros urbanos, o que decide sigo viviendo aquí total esto no se va a repetir, o prosigue las campañas políticas como si nada- la displicente, irresponsable obra humana, adquiere tonos de tragedia. A cierto periodismo le gusta mostrar estas miserias con música tipo réquiem de Mozart y tono desgarrador, y poco, muy poco, se detiene en las causas. La nieve, la lluvia, vienen a ser las malas de la película, fuerzas impersonales, despiadadas. Enemigas. Nuestros ancestros tendrían mucho que decirles, a ellos y a nosotros, sobre cómo convivir con la naturaleza. Por empezar, los elementos naturales tienen carácter divino. Qué ingenuos, dirá usted. Y, sí. Aunque si una concepción se mide por sus resultados, a ellos jamás los llevó el río por delante puesto que respetando al río, sus casas estaban más altas, y por cierto, no lo horadaban de canteras. Tampoco agotaban la tierra: sus animales aún hoy van y vienen según las estaciones y los pastos, y cuando la naturaleza se abría paso a pesar de todo, tengo para mí que no perdían tiempo en lamentos, puesto que reconocían, amaban, respetaban, la fuerza formidable de sus dioses. (Sin olvidar que jamás en nombre de sus divinidades mandaron quemar gente por herejes ni suicidarse para ir al paraíso). La ventaja de considerar vivos a los elementos naturales es que no se abusa de ellos impunemente. Esta concepción puede parecerle primitiva, comparada con ese positivismo que aún funciona en nuestro imaginario cultural, según el cual un ser está vivo cuando nace, crece, se reproduce y muere. Bueno: la física y la química y la biología también se han encontrado hace rato con seres que cumplen algunas de esas condiciones y hacen de las suyas, y cuanto más conocen más difuso se hace el límite. Así que si me ve sosteniendo un copo de nieve y decirle qué precioso que sos, o saludar al mar, no se ría: puede que esté vinculada con la vida en forma directa y que la ciencia alguna vez llegue a la misma conclusión que los mapuches, aunque no les llame dioses. A nosotros, occidentales y cristianos, nos alcanza con idolatrar el dinero... Por mi ventana observo varias palomas urgueteando la tierra, buscando los bichitos que dan por concluida la hibernación. Arriba, en el paredón, el gato agazapado las observa fijamente. Sí. En agosto, la vida entera se agazapa. MARIA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com | ||
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