Domingo 13 de Agosto de 2006 Edicion impresa pag. 50 > Cultura y Espectaculos
Ver el mundo desde abajo

 

Una fecha o la otra, los reyes magos o el día del niño, vendrían a ser más o menos lo mismo para las ilusiones de un chico. Ilusiones que bien podrían convertirse en realidad con poco si no existiera esa infernal tentación diaria de grandes marcas que ofrecen juguetes soñados.

Pero es posible que con un poco de imaginación y volviendo atrás en el tiempo, uno recree una niñez cuanto menos modesta, pero, ¿sabe qué?, absolutamente más compartida y solidaria, menos individualista, más universal e infinitamente más barata.

Por qué no en tiempos de carencias apelar a los juegos que tantos momentos fantásticos nos supieron regalar. Bastará con mirar cualquier vereda en cualquier pueblo de la zona para ratificar que prácticamente desaparecieron las bolitas. Casi no hay chicos jugando a las bolitas, de esas que se compran en un quiosco a muy bajo costo o de aquellas que un mecánico cualquiera suele regalar de rulemanes en desuso. Desaparecieron unas muy baratas, que se hacían de cemento y se pintaban, pero al primer golpe fuerte se partían por la mitad. Por eso mismo, a la hora del juego esas, que llamábamos borregas, tenían mucho menos valor que las japonesas de vidrio o los bolones de soda. Había que poner cinco borregas para equiparar el valor de una de vidrio y a veces, muchos no querían siquiera jugar si uno de los adversarios sólo tenía bolitas de cemento.

Las opciones no eran muchas, quedarse a mirar cómo jugaban los otros o agilizar el ingenio y divertirse de otro modo.

Jugar con los autitos de plástico en el cordón de la vereda, previa carga con piedras en su interior para evitar que se volcaran con facilidad. Había que tener unas monedas más para tener un Ford Falcon de plástico con ruedas que no se salieran o una coupé Chevy. Si no alcanzaba estaban los siempre disponibles juguetes "Baltasar irrompibles", que en realidad sí se rompían y cada dos por tres se quedaban sin ruedas. Era casi imposible que un Baltasar le ganara una carrera a un Falcon o un Chevy.

Había también juguetes más crueles, a mi en particular nunca me gustaron las gomeras, no entendía cómo era tan divertido matar pájaros y cuando mis amigos salían a hondear, prefería quedarme en casa, o apelar a un juego mucho más humano, ese que hacíamos con un rulero, un globo de cumpleaños y se convertían en poderosos canutos. De proyectiles podía utilizarse el fruto del paraíso, verde y brillante cuando estaba en su plenitud o amarillo y arrugado cuando estaban muy maduros. Y dolía cuando nos pegaban, lo único que nuestro reglamento casero no permitía era tirar a los ojos. Menos agresivo porque dependía de la fuerza de cada uno para soplar, estaba el juego con el cañito de la lapicera y un frutito de una planta cuyo nombre científico no recuerdo pero que llamábamos "siempre verde".

En días de viento aparecían los coloridos barriletes comprados o aquellos de papel de diario, caña y engrudo, que solían volar mejor que los de plástico, pero no lucían tanto. Sino, en el medio estaban los caseros que se hacían especialmente con papel barrilete, que permitía excelente desplazamiento. Todo quedaba en la nada cuando la red eléctrica nos jugaba una mala pasada, los barriletes se quedaban enganchados y ahí no había modo de rescatarlos.

Lo que nunca me gustó porque me parecía demasiado aburrido era el balero, que no era tan fácil, había que tener cancha para jugar, pero me sonaba muy individual.

Lo que nos encantaba era nuestro teléfono casero, ese que hacíamos con vasitos de yogurt, con un hilo tensado que permitía escuchar a nuestro amigo desde la otra punta. Nunca supe si en realidad el hilo hacía de conductor del sonido o eran nuestros gritos los que se escuchaban.

Y hay más, mucho más para jugar sin plata, sin tantas tentaciones diarias, es cuestión de ingenio, de escuchar a qué jugaban nuestros mayores para hacer hoy nuestra propia versión de esos juegos. Pero en el medio cambió tanto la cosa que no sé si todavía se consiguen los juguetes Baltasar, no sé si en las veredas hay paraísos y si será posible conseguir un "siempre verde" para el canuto. Verá que nos divertimos bastante, y gastamos muy poco o nada. Ser niño es eso, es jugar a crear, ver el mundo desde abajo para entender que esos juegos son los que quedarán guardados para siempre y no habrá bolita ni bolón que los pueda partir por la mitad.

JORGE VERGARA

jvergara@rionegro.com.ar

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