Estoy harto de Shakira. Y cómo podría no estarlo, puesto que Shakira no me deja alternativa. No me extraña que haya gente que se obsesiona con determinadas figuras del espectáculo. Tal como van las cosas me resulta imposible librarme de su imagen. Cada vez que enciendo la radio, cada vez que pongo alguno de mis canales de cable favoritos, cada vez que entro a la página web de un diario que leo habitualmente ahí está Shakira, vendiendo una cámara de fotos o dando una entrevista.
Sin desearlo, he terminado enterándome de los millones que gana por año justamente haciendo publicidades. Dirán ustedes, si no te gusta no la consumas, pero me basta ir por la vida con la inocencia de un niño para encontrarme con el cuerpo de Shakira, con su mirada de vampiresa hambrienta, con la supuesta cadencia fatal de sus caderas. Lo cierto es que estoy harto de verla bailar. Estoy harto de escucharla desafinar en sus recitales en vivo. Estoy harto de sus gemidos de amor frustrado. No me siento cerca de Shakira, aunque sus publicistas insistan en ponerla a tres centímetros de mi rostro y a medio metro de mis pobres tímpanos.
Todo esto, su arte, por llamarlo de algún modo, me parece mundano y empalagoso. Mientras Shakira baila su danza oriental, yo pienso en toda la buena música que se hace en el mundo. En Medio Oriente. En las chicas de un orfanato que no esperan que sus padres vengan a visitarlas. En esta geografía que aún sigue estancada en la estación del subdesarrollo.
Para colmo de males, tuve que tragarme la pasión según Shakira en el último partido del mundial, cotejo que decidí no ver como una manera de honrar el buen juego de la Argentina. Sin embargo, Shakira dijo presente antes que el juego como un anticipo patético de lo que vendría después.
Alejandro Sanz cometió el peor de los pecados al cantar a dúo con este invento bizarro de los mega sellos. Dos años de Shakespeare no compensarán el daño que viene ocasionándole esta piba a mis neuronas.
Es mucho más que una cuestión de gustos, es un asunto filosófico. La industria del entretenimiento, a falta de mejores recursos, ha encontrado en la repetición, en la saturación de sus emblemas una clave para el éxito. No se trata ya de si el artista tiene talento en tanto artista o creador, sino de que los moldes que lo componen (características físicas, comportamiento diversos) sean multiplicados en la pantalla por un número acaso infinito que rompa todas las barreras de contención del espectador. En realidad, estamos siendo testigos de la gran intromisión de la industria publicitaria en la industria del entretenimiento que por prolongación utiliza la palabra arte para su muy puntual beneficio.
En tanto y en cuanto Shakira siga ascendiendo en la curva de los negocios, deberemos soportar su asedio. Según las nuevas reglas de la selva, no seremos testigos de su descanso por vacaciones, ya que sus vacaciones serán televisadas.
Ellos, esos señores ocultos tras gafas de 700 dólares, apuntarán sobre lo mismo hasta que ya no queden peros en el camino. Shakira por la mañana con los cereales para los chicos. Shakira al almuerzo con gaseosa y helado de vainilla. Shakira a la cena con un vino tinto previamente publicitado. Y, a la medianoche, por supuesto, Shakira on the rocks.
Nos deben que la novia de Antonio auspicie nuestros sueños. A no impacientarse, no faltará oportunidad.
CLAUDIO ANDRADE
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