Domingo 09 de Julio de 2006 Edicion impresa pag. 40 y 41 > Sociedad
Don Silvano Aguilar, caminante solitario

"Ahora cuando se vayan me pueden dejar por allá por la Provincial", dice con voz apenas audible, don Silvano Aguilar. La "Provincial" es la ruta 60, un camino un poco más marcado que el resto de las huellas pero que tampoco permite transitar a más de 20 kilómetros por hora. "Allá blanquean a lo lejos mis chivas", dice con la mirada perdida a través de la ventanilla. "Después voy a tener que buscarlas porque cuando estuve enfermo se fueron", cuenta. El frío es intenso afuera y al bajar frente a la laguna Maciega, donde hay un picadero y restos de una antigua toldería, Guillermo, uno de los integrantes del grupo en el que va "Río Negro", le presta a Don Silvano un grueso abrigo con muchos años que le permite soportar un poco mejor el viaje.

-"¿De qué se enfermó?, queremos saber.

- "Me caí. Me dí contra un piso duro. Me corría la sangre. Tres días estuve hasta que me encontraron. Acá si te pasa algo no te ve nadie, podés estar un mes 'tirao'", cuenta a medida que se va soltando.

Don Aguilar tiene 62 años y vivió toda su vida en la meseta. "Yo me críe andando y andando, pasando hambre, frío", afirma. "Si te toca dormir a la intemperie tenés que buscar calor con esos yuyos", acota mientras señala unas matas.

Cuando los franceses le compraron el campo a sus antiguos patrones él quedó allí. Le mejoraron un poco el rancho, pero los problemas siguen. "Ahora me trajeron una pastillas para el dolor de cabeza, porque a veces me voltea el dolor. Y desde Francia me trajeron estos remedios también", dice mientras muestra un frasco de vitaminas escrito en francés, tipo "Redoxon".

Unos kilómetros antes de llegar a la provincial Don Aguilar afirma que "esto es centro, centro de la meseta". Al llegar a la ruta, hay un desvío y allí las dos camionetas se separan por un rato. La de adelante irá unos kilómetros más abajo, hasta la laguna Valerio, para ir haciendo el fuego para un asado. Nosotros acercaremos a Don Aguilar hasta un punto donde le queda más accesible el puesto de su hermano.

"Acá nomás, déjenme", dice mientras se baja. Es el medio de la nada. Tendrá que caminar una legua por entre las piedras y las matas para llegar a su destino. "Ah, el saco", recuerda mientras amaga a sacárselo. "No, llévelo Aguilar, que le va a venir bien", responde Guillermo de inmediato. El hombre de poco más de un metro y medio empieza a caminar y se aleja dando saltitos. Pasa una loma y se pierde.

Llegamos a la laguna Valerio y el asado está casi listo. "¿Qué va a hacer Aguilar ahí donde lo dejamos?", le preguntamos a "Pente", el baquiano que nos guía y que lo conoce desde hace décadas. "Va a estar un rato y se vuelve", responde con cierta naturalidad. Tendrá que hacer siete o ocho leguas a pie para regresar a su puesto. En silencio miramos el asado y nos arrimamos al fuego para evitar el frío. Solamente "Pente" agrega: "siempre lo hace, está acostumbrado. Así vivió toda su vida". Andando. Pasando frío y hambre.

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