Miércoles 28 de Junio de 2006 Edicion impresa pag. 33 > Policiales y Judiciales
Kafka

NEUQUEN (AN)- Juan Segundo Tapia vive postrado por una grave enfermedad que le impide respirar con normalidad y está prácticamente sordo. Pero ayer se levantó de la cama porque lo citaron a declarar como testigo en el juicio por el caso Ruminot.

Su presencia en el edificio se anunció primero por sus fuertes ataques de tos, audibles desde la sala del juicio. Cuando ingresó lo hizo caminando apoyado en un bastón y en su esposa, Alcira Castaño. Aunque ella no es perito, ni intérprete, ni traductora, el Tribunal dispuso que haga de intermediaria entre las preguntas y las respuestas. Pero bastaron unos minutos para que los jueces se dieran cuenta de que el hombre no está en condiciones de ser sometido a un interrogatorio, cuestión que después certificó un médico forense.

Tapia salió de la sala, pero los jueces convocaron a su esposa. La mujer regresó al recinto con cara de "me habré olvidado algo". Sin embargo escuchó con sorpresa que el presidente de la Cámara, Luis Fernández, la invitaba a sentarse en el sillón de los testigos, le advertía sobre las penas que le caben al que miente y le preguntaba si juraba decir verdad.

"Pero... yo no sé nada", dijo la mujer, que a esa altura se sentía atrapada en una novela de Kafka. Había ido para acompañar a su marido inválido y se encontraba rodeada de desconocidos de traje y gesto adusto que le hacían advertencias.

Mientras su marido tosía en el pasillo y la llamaba "vieja, vieja", la pobre mujer tuvo que responder preguntas sobre temas que ignoraba por completo. "Yo limpio pisos todo el día para poder comer. Mi marido tiene una pensión de 150 pesos, ¿cómo se vive con eso?", explicó.

Le preguntaron por su hijo, que sí es un testigo importante, pero ella no tiene noticias de él desde hace un año. "La última vez que me llamó me dijo que estaba en Buenos Aires, trabajando", relató.

El colmo fue cuando, a pesar de que les aclaró a todos que es analfabeta, le hicieron ver una firma de su marido en un acta. "¿La reconoce?", le preguntaron. Para la mujer habrá sido como para un occidental reconocer un ideograma chino. Por supuesto, dijo que no.

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