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Domingo 18 de Junio de 2006
 
Edicion impresa pag. 34 > Sociedad
El consultorio ambulante del doctor Serigós
Desde una cirugía en el chalet barilochense de Frey hasta atender a un acuchillado en la estancia de Jones, la memoria del primer médico argentino de Bariloche rescata su medicina pionera y una valiosa acuarela lugareña.
Escritorio de Emilio Frey en Los Cipreses donde Serigós operó a su hija. Posa Ernesto Schumacher, cuñado de Frey. (Foto F. N. Juárez, 1964)
Escritorio de Emilio Frey en Los Cipreses donde Serigós operó a su hija. Posa Ernesto Schumacher, cuñado de Frey. (Foto F. N. Juárez, 1964)
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A principios de la década del '20, improvisar una sala de cirugía para operar a la hija menor del ingeniero Emilio Frey de apendicitis en el chalet hogareño, desnudó las carencias padecidas en el Bariloche pionero. Trascendió por la memoria sin precisión de fechas que estampó el médico Ernesto Serigós cuatro décadas después en su libro "El médico nuevo en la aldea" (1963).

Serigós y otros cuatro médicos recién recibidos en Buenos Aires programaron un viaje de egresados a la Patagonia cuando ni se soñaba con el turismo de aventura. Sería una travesía desde la estancia próxima al Nahuel Huapi del dentista norteamericano George Arkness Newbery, tío del aviador caído seis años antes. Newbery y su esposa Fanny Belle Taylor fueron los anfitriones por tres días.

Luego la travesía demandó varios días de a caballo hasta Chubut. En diciembre de 1920 viajaron en tren de Constitución a Roca y en un Ford del estanciero hasta su casco. El regreso se programó desde Bariloche en automóvil de línea a Neuquén. Pero Serigós se quedó. Había decidido comenzar su vida profesional junto al lago donde afrontaría numerosas cirugías en la geografía rural desde Nahuel Huapi a Maquinchao.

Compartió los requerimientos de salud lugareños junto al primer médico de la región, el belga José Emanuel Vereertbrugghen, diplomado en la Universidad de Lovaina, arribado 13 años antes y al que llamaban el "médico viejo". También conoció al "medico alemán", un raro personaje que perturbado por su presencia profesional, le confesó no ser médico (había llegado primero como químico al Paraguay). El afincamiento de "el doctor nuevo", verdaderamente diplomado, precipitó inmediatamente la resignada huida del falso médico germano que cruzó la frontera hacia Chile.

Inicialmente Serigós debió afrontar en Bariloche una operación de urgencia en el llamado "hospital salesiano" que sólo tenía enfermero y antiguo material quirúrgico. A pesar de las falencias encaró la dramática situación con improvisados ayudantes. Salió airoso pero inmediatamente se volvió a Buenos Aires. Retornó a Bariloche con actualizado instrumental de cirugía y un nuevo aparato para aplicar anestesia, justo cuando la hija menor de Frey, enferma, se quejaba de dolores abdominales.

 

Hazañas de bisturí

 

Estaba postrada en Los Cipreses, la bella residencia de los Frey, vecina a la huerta y frutillares de Oscar Runge, frente al lago, y que había sido erigida por Primo Capraro a unos mil metros de donde unos 23 años más tarde se construiría el Centro Cívico del pujante pueblo.

Después de la visita del doctor Serigós, en el chalet se aguardaba con sigilo el diagnóstico definitivo.

Si bien Serigós se había reservado para consultorio una habitación del hotel Perito Morenoque había dejado de serlo de Juan Riveiro, aún vivía en el hotel San Carlos de Félix Petit. Allí caviló toda la noche la decisión de operar o no de apendicitis.

Petit era un obeso cuarentón (según Serigós) de Pigüé y origen francés, descendiente de los inmigrantes galos en el sur bonaerense, que se largó en busca de fortuna en la Patagonia. Fue esquilador, tropero, acopiador y finalmente hotelero.

Esa mañana de otoño todo amaneció nevado y el manto blanco contrastó con el degradé del rojo al ocre de los lengales y con el amarillo de las retamas. Desde muy temprano Serigós preparó su flamante material de cirugía. Para esterilizarlo pidió al hotelero Petit le cediera el horno de la cocina que utilizó con el agregado de un control térmico. Envió chasques a los ayudantes en la operación en el "hospital salesiano", dramático episodio en aquel galpón de madera junto a la capilla del pueblo.

Esta vez el mensaje pedía concurrieran urgente a Los Cipreses para una operación. Uno fue el enfermero de los salesianos, José Cuaranta, personaje multifunción en el hospital que carecía de médico o auxiliar alguno. El ayudante principal volvería a ser el arquitecto Arturo Ríos, cónsul chileno en Bariloche, a quien Serigós había instruido convenientemente ("palmas hacia arriba, codos hacia el piso"). Y por último, la joven Alicia Gingin, entrenada como anestesista y por estrenar el aparato nuevo.

El escritorio de Frey en la planta alta de Los Cipreses ya había sido convertido en sala de operaciones, tapizadas las paredes con inmaculadas sábanas y la salamandra fogoneando la tibieza ambiental.

Por una ventana Serigós vio bajar de un automóvil a sus ayudantes y pronto estuvo todo listo. El ingeniero Emilio Frey presenció de pie y cruzado de brazos la administración de éter a la pequeña y la crucial incisión del bisturí en el abdomen infante.

El éxito quirúrgico tuvo al sexto día del postoperatorio una complicación que demandó de un severo ataque medicinal, pero la criatura sanó. Diez años después, Serigós, instalado en Buenos Aires, recibió a la agradecida y ya juvenil paciente para aplicarle a la vieja sutura una operación reparadora. Muchos años después Dolly o Dorly Frey devolvió también los cuidados de su padre: cuando la vida del pionero languideció (1964) lo llevó a su estancia La Lonja y lo cuidó hasta su inmediata muerte.

La pequeña operada por Serigós aún vive allí junto al río Limay, pasó los 90 años, pero atacada su memoria por el neblinoso y confuso crepúsculo de la edad. Casi un año mayor, su hermana Nelly Frey viuda de Neumayer, permanece aún en chalet de Los Cipreses, última custodia del hogar que también fue sala de cirugía.

 

Diagnósticos y memoria

 

Repasar el libro de Serigós vale exhumar aquel viaje de aventura inicial que lo ancló en Bariloche y rescatar anécdotas y personajes. Todo a partir de una descripción del casco de la estancia Newbery con semblanza de los dueños y pormenores del largo periplo con tropilla y mulas cargueras a cargo del aborigen Huenuleo, viejo peón y guía cordillerano que los llevó por Traful, Correntoso, Espejo, Nahuel Huapi y los dejó en el estancia El Cóndor.

Con otra tropilla entraron al pueblo y pararon en el hotel San Carlos. De allí y con un tal Cáceres como guía, marcharon por el camino de herradura a El Bolsón y lago Puelo, punto extremo del viaje y sus peripecias. Conocieron a los hermanos Torrontegui, fieles peones de Frey para las exploraciones y en El Bolsón se hospedaron en el único albergue del "El Zorro" Emeterio Laureano Carrasco.

Para la intuición de Serigós, este hotelero que también era director de la escuela, era temible. No se equivocaba, aunque seguramente Serigós lo haya ignorado: los Carrasco con o sin razón habían sido perseguidos por la Policía Fronteriza pocos años antes. Efraín Carrasco fue llevado preso a Súnica, desde donde fugó. Fichados por el Ministerio del Interior y los diarios de 1911 a 1913, hubo graves acusaciones contra Efraín, Avelino, Aníbal y José Carrasco.

Serigós hizo buenas descripciones de pioneros como Cornelio Haggemann y Justo Jones. También de los hoteleros Petit, Riveiro y Camilo Garza, del quintero japonés Saito y del chofer Liborio Sánchez. Le propuso a Primo Capraro y éste aceptó la construcción de un frontón de madera que fue la cancha de paleta anexada al pujante club Social. La inauguraron Serigós y el aficionado Zacarías Alvarez en un predio donde años después estuvo el mercado municipal ya desaparecido.

La descripción más detallada la hizo del pionero texano Jarred Jones, en su estancia de Tequel Malal cuando atendió a un peón acuchillado y evocó la quebradura de una pierna en 1892 y los cinco meses de travesía por Chile con John Croquet para operarse en Santiago.

Fue testigo del primer aterrizaje de un avión en Bariloche (27 de octubre de 1921) piloteado por el británico Shirley H. Kingsley acompañado por el periodista Guillermo Estrella de La Nación y el dentista George Newbery, urgido por ver en su estancia a Tom su hijo enfermo y llevarlo a Buenos Aires. Pero se negó. También eludió los tratamientos que intentó Serigós que en agosto de 1922 recibió un mensaje urgente de Eleuterio, el capataz de los Newbery. El médico consiguió un Ford, salió de Bariloche pero tras el vado de Ñirihuau y la balsa del Limay recibió la noticia lapidaria: Tom Newbery, de 20 años había muerto.

 

 
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sus comentarios
18/06/2006, 21:30:34
nos dejo su opinion
Daniel Maroñas
Nada mas que darles las gracias por publicar este tipo de notas que reflejan situaciones vividas por los primeros pobladores de la zona.
 
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